Cap III - Viva la vida

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Capítulo III

Edward se quedó de una sola pieza. Pero me estoy refiriendo a que se quedo clavado en el suelo, preguntándose cómo demonios era que se respiraba.
“¿De qué estás hablando?”
Su subconsciente le advertía que tenía que estar bromeando. Hasta podía oír las pequeñas carcajadas irónicas de fondo.
“Y encima puedes oírme, ¿cómo es eso posible?” continuó reflexionando, manteniendo su voz en un susurro.
Edward estuvo a punto de preguntarse lo mismo, de no ser por el punto sicótico de sus palabras que no le pasaba por alto.
Frunció el ceño, como volviendo a él mismo.
“Quizás puedas dejar de hablar sola y contestar a alguna de mis preguntas” reclamó  “Podrías empezar diciéndome tu nombre, por ejemplo, si no es mucha molestia”
Su rostro se tornó pensativo por unos momentos mientras Edward la penetraba con sus orbes esmeraldas. Él nunca fue ignorante del poder intimidante que su mirada ejercía en las personas, así que esperaba estar haciéndolo bien. Pero al parecer a aquella muchacha no parecía importarle en absoluto. De pronto un brillo apareció en sus ojos, uno que Edward identificó como uno pícaro y juguetón.
Él tenía experiencia en esas miradas.
“Soy Bella” sonrió ella, mostrando sus dientes de una forma adorable mientras extendía su mano en un silencioso ofrecimiento.
Edward dudó unos segundos, pero luego tomó su mano en un suave apretón. Se sintió cálida y pequeña entre sus manos, pero cuando sintió una pequeña descarga eléctrica sobre su piel se retiró como si su mano estuviera en llamas.
“Eh…muy bien. ¿Qué estás haciendo aquí Bella?”
Bella frunció los labios y el ceño, y su cabeza se inclinó el un poco mientras parecía meditar sobre algo. Una luz confusa brillaba a un lado de sus pupilas, como si fuese una pequeña niña que acaba de presenciar una travesura y no sabía cómo proceder.
Edward no supo si reírse o llorar de la frustración.
“¿Qué va mal?” insistió.
“Es eso. Yo acabo de decirte mi nombre y sin embargo, yo no sé el tuyo. Me hiciste preguntas otra vez sin haberte presentado, y eso no está bien. No es educado” sonrió alegremente. “No lo he olvidado”
¿Qué demonios? Edward frunció el ceño. “Soy Edward” su voz sonó a pregunta.
Ahora ella asintió aprobadoramente y le regaló una sonrisa encantadora. “Hola, Edward”
“Ahora contésteme” insistió
“No tienes muy buenos modales, ¿no es así futuro Duque de Masen? Uno esperaría mejores aptitudes de esa clase de gente” sonrió amargamente, acomodando su cabello detrás de su hombro.
Las mejillas de Edward se tiñeron de un leve color carmesí, y tuvo que desviar la mirada para que Bella no viera la vergüenza en su mirada. Él, Edward Masen desviando la mirada y sintiendo pudor. ¡Ja! Si sus conocidos lo viesen ahora no podrían ni creerlo. Ni él, cuando era la primera vez que le pasaba.
“Mira, de verdad no deberías acercarte a mí, Edward. No es saludable” susurró esta vez con más delicadeza, conmovida por el inocente gesto del joven.
“¿Por qué? ¿Eres una enferma mental? ¿Un fantasma, tal vez?” se burló él, camuflayando un silencioso cuestionamiento que tal vez, contenían más emociones de lo que él estaba dispuesto a admitir.
Su acompañante frunció el ceño, formando una pequeña V en el surco de sus cejas. Parecía haber oído algo que la pico. “No seas tonto” murmuró “Los fantasmas no existen”
“¿Y entonces? Tú eres solo una humana que se coló a la casa de otra persona vestida de hombre, ¿una ladrona, tal vez? Deberías saber de que eso solo me deja con la opción de algún problema mental”
Ella alzó la barbilla desafiante y sus ojos se endurecieron. “Soy una chica con fantasías como todo el mundo. Si alguien dice que es normal, entonces algo raro tiene en la cabeza”
Arqueo una ceja “Ahora me resulta más interesante la teoría del fantasma. Le da más atractivo a todo esto”
Bella abrió los ojos en par y su mandíbula se desencajó por la facilidad con la que él se lo estaba tomando. Seguramente él era el loco.
“No soy un fantasma. No seas idiota” balbuceo.
“¿Lo juras?”
Su intento de tomarle al pelo quedo suspendido en el aire, porque ella ya había vuelto a desaparecer.

..

Edward despertó esa mañana algo aturdido, pero a diferencia de la última vez, esta vez no se encontraba desorientado. Recordaba perfectamente donde estaba. Lo que no estaba bien seguro era el momento en el que su almohada toco el colchón, y lo último que exactamente sus ojos habían visto. Luego de darle vueltas y vueltas por un par de minutos, finalmente se dio por vencido y se dio un baño. Se puso una camisa muy sencilla esta vez con unos pantalones de montar, y bajó dispuesto a tomar su desayuno. Saludó amablemente al personal con el que se cruzó en el camino y se dirigió a la cocina dispuesto a satisfacer su necesidad, ahora primordial.
Encontró el diario doblado sobre la mesa y lo hojeó mientras se bebía su café. Con un suspiro, apartó el diario al no encontrar ninguna noticia relevante para él y fijó su mirada en el ventanal de la cocina. Los rayos de sol se infiltraban suspicazmente por los cristales tintados y daban de lleno con su calor al rostro de Edward. Él miro a través de ella y notó el sol alto y radiante y las nubes numerosas eclipsar casi todo el cielo. De modo que no hacía frío, pero tampoco hacía un calor insolante.
Hacía muy buen tiempo para salir a cabalgar. Se levantó y se retiró de la cocina y se dirigió al establo, al no ocurrírsele nada mejor que hacer.
Libero a su caballo favorito, uno negro con una gran mancha blanca en uno de sus ojos. Le sujetó la montura con firmeza y una vez que estuvo preparado, lo sacó del establo y se dirigió a campo abierto a pie. Fue cuando una suave brisa le puso la carne de gallina que se montó sobre el caballo de una maniobra y comenzó a montar con velocidad alrededor de su propiedad.
Edward tenía algo de maestría con esos animales y podía aguantar un ritmo veloz y continuo por una cantidad considerable de tiempo, por lo que una vez aburrido de dar vueltas sin cesar desvió su camino y se concentró en seguir los caminos de losas trazados en líneas deformes a lo largo del pasto.
El sudor cayó en pequeñas gotas a través de sus sienes, pasando por sus cejas y terminando por su barbilla. La camisa se le ciño al cuerpo, acariciando cada músculo de su torso y dejando muy poco a la imaginación al ser blanca y sus pantalones de montar comenzaban a hacerse más pesados y a tentar su buena voluntad de seguir con el paseo.
Se secó el sudor de la frente con uno de sus brazos y jadeo del cansancio cuando sintió sus piernas y su cola entumecidas por el ejercicio, ignorando que un par de orbes castaños seguían atentos cada uno de sus movimientos desde el refugio de la sombra de un árbol. Ella trató de desmentir el extraño calor que sintió en el vientre cuando observó aquel líquido trazar las curvas de su cuerpo y los torpes movimientos que hacía este para secarse, que lejos de hacerlo un tonto le aumentaba su encanto. Sintió envidia de aquel sudor por un segundo por poder comprobar la textura y la suavidad de su piel cuando ella se encontraba tan lejos de esa posibilidad. Se maldijo un momento por sentirse así, por albergar aún dentro de ellas sensaciones tan cálidas pero tan impropias de ellas. Sentimientos que ella ya creía habían muerto con el pasar del tiempo.
Abrió los ojos en par cuando un caballo gris apareció de pronto corriendo a toda velocidad hacia Edward. Pero no fue tanto la impresión por el animal como lo fue al ver quién estaba montado en ese animal. Un hombre tan grande como un oso cabalgaba a toda prisa en dirección a Edward, con sus negros rizos alborotados y una vestimenta parecida a él. De pronto, el hombre se impulsó de su silla de montar y se abalanzo contra el cuerpo de Edward, tumbándolo de su caballo y llevándoselo al suelo con él. La sensación del pánico se apodero de ella y por un momento quiso ir corriendo hasta donde estaba Edward y comprobar si estaba bien. Pero se contuvo cuando vio a ambos hombres pararse entre grandes risotadas y se estrecharon en un abrazo, con su postura tensa y los puños apretados. No, se apaciguo a ella misma, ellos se conocen. Lo tenía más que confirmado por la familiaridad con la que los hombres se saludaron y comenzaron a caminar hacia la propiedad de él. No haría daño a nadie que Edward pudiera apreciar. Aún así no podía dejar de sentirse ansiosa. Edward le dio el paso al gran hombre que iba frente a él, pero cuando él iba a entrar su cabeza se volteó por inercia y observó la pequeña figura de ella proyectándose bajo la sombra.
Si estaba sorprendido, lo disimulo muy bien cuando achicó los ojos al ver la sonrisa inocente que le brindaba la descubierta. La señalo con un gesto de mano que abarcó a él, a ella y a una zona cualquiera de la casa. Ella compuso una expresión divertida cuando interpretó de la gesticulación de sus labios un tú y yo arriba… hasta dejó escapar una risa armoniosa que llegó a los oídos de Edward a duras penas.
El hombre se volvió para ver el motivo de la tardanza de su amigo y siguió la dirección de su mirada. Frunció el ceño cuando no vio nada relevante.
“¿Pasa algo con ese árbol?” preguntó.
Edward atónito volvió a mirar al árbol y comprobó que en efecto, Bella no se había movido. Ella comprendió su mirada, pero solo se encogió de hombros.
“Dime, Emmet ¿qué te trae por aquí?” preguntó una vez tomaron asiento “Me hubieras avisado de tu visita para preparar todo para tu llegada”
Emmet arqueó una ceja dejando bien claro lo que pensaba de esas cosas.
“Entonces me imagino que estarías como histérico ordenando a las criadas para que tuvieran mis aposentos en perfecto estado, tal como lo haría una mujer tratando de casar a sus hijas, hermano. Además de que arruinaría el elemento sorpresa y tú sabes cuánto yo lo disfruto”
“¿Cuándo me he puesto histérico, Emmet?” él se encogió de hombros “Hubiera preferido estar de sobre aviso de que alguien me echarían brutamente y que atentarían con la integridad de mi espalda, también”
La gruesa risa de Emmet sonó como respuesta. Edward negó con la cabeza, pero entonces visualizó segmentos de la figura de Bella pasar frente a la sombra que proyectaba la puerta de la cocina, para volver a perderse de nuevo en el aire. Frunció el ceño.
“Ay amigo, ¡si supieras!” suspiro Emmet llamando de vuelta su atención. “¡Al fin he encontrado el amor!”     
“Que hayas encontrado una chica que sea un monstruo en la cama que te dé placer como ninguna otra no es precisamente amor amigo” se burló, ignorándolo cuando le fulminó con la mirada.
“No estoy hablando de eso, pedazo de tarado”
“Pero no puedes culparme” se encogió de hombros.
“No, la señorita Hale es… de otro mundo. Tienes que verla hermano, tiene un cuerpo que…wou ¡esas curvas! Te pone duro solo de mirarla. ¡Y qué carácter! Puede dejarte clavado justo donde estas con una mirada gélida de sus ojos celestes…Y su pelo rubio, tan largo y prolijo, ya puede imaginarlo enredado entre mis dedos mientras la empujo hacia mí para…
“¡Ya entendí!” lo interrumpió. Luego pensó un poco en lo que dijo y se echó a reír con ganas. Debió imaginarlo, su amigo tenía una debilidad por las rubias.
Y si éstas son duras, está perdido…
“¿Y planeas hacerla tu esposa?”
Rosalie Hale” suspiró él, el brillo en sus ojos te decía todo lo que necesitabas saber “Sabes, creo que ella es la indicada”
“Me alegro por ti Emmet”
“Mañana voy a pedirle matrimonio”
Edward se puso recto en su asiento y lo miro con los ojos abiertos en par “¿Qué?”
“Lo que oíste. Mañana me presentaré frente a su casa y le haré una oferta tan tentadora que no podrá resistirse” movió las cejas sugestivamente “Quizás hasta podría ir sin camisa, ya sabes, para mostrarle la mercancía”
Rió “Suerte”
Emmet pareció pensárselo un momento “Pero déjame dormir esta noche aquí, estoy aterrado”
Edward volvió a reír “Claro”

..


Edward entró a su habitación hecho una fiera. Había retrasado ese momento lo más que podía buscando apaciguarse, pero en lugar de eso su mente solo obtuvo tiempo para cavilar aún más sobre lo ocurrido. La ira dio paso a la indignación. Ella tuvo la oportunidad de decirle la verdad, ella pudo explicarse. Sin embargo, prefirió verle la cara.
La encontró sentada en su cama con la habitación en penumbras. Su persiana y la ventana estaban cerradas al igual que su cortina.
Aunque pensándolo bien, no sabía cómo reaccionaría si ella se hubiera confesado.
“Creíste que podrías haberme visto la cara de estúpido, ¿no es así Bella?”
“No sé de qué estás hablando”
“Me has mentido, de eso estoy hablando” su voz fue dura.
Ella se paró de la cama y alzó la barbilla, enfrentándose. “Os he dicho que no se dé que me habla. Si planea tirar su furia hacia mí, tendrá que ser más específico”
Edward se paró frente a ella con expresión determinante. La convicción en sus ojos eran tantas que la obligaron a retroceder. “¿Por qué la habitación está en penumbras?” se salió por la tangente.
“Porque solo puedes verme en la oscuridad”
“¿Por qué Emmet no pudo verte?”
“No lo sé”
Edward acercó su rostro a una distancia casi nula al cuerpo de Bella. Ella contuvo su respiración y se reprendió mentalmente una vez más por su debilidad. “Dime la verdad, Bella”
Por un motivo, Bella no pudo negarse. Por más que tratara, al ver sus ojos verdes tan cálidos siempre se derretiría ante ellos y doblegaría su voluntad. Le era imposible negarle nada.
“Porque él no cree en mí” susurró casi inaudible.
” ¿Y yo si lo hago? ¿Yo sí creo en brujas, espectros y otros cuentos de miedo? ¿Por eso puedo verte?”
“No me encuentro otra explicación”
“Entonces si eres un fantasma” dijo él casi jovial.
“No”
Edward lo miró dolido, y eso le caló al fondo del alma. Qué ironía fue eso para ella, que le cayó como un balde de agua fría.
“¿Por qué vuelves a mentirme?”
“¡No estoy mintiendo!”
Lo dijo con tal sinceridad, que Edward tuvo que reconsiderar replanteárselo. Sus ojos chocolates ardían con furia y sus mejillas estaban ligeramente coloreadas. Lo que hacía resaltar más la palidez del resto de su piel.
“¿Entonces que eres?”
Bella irguió más el mentón, pero por un momento dudó de la credibilidad de Edward. ¡Vaya cosa! Fue solo durante una fracción de segundo, pero fue suficiente para sembrar la cosecha de la duda. Cuando no debería dudar ni siquiera un poco de la superstición del joven. Después de todo él podía verla ¿no?
Edward vio la determinación en sus ojos, entonces suavizó su expresión. Eso le sirvió como incentivo. 
Ella balbuceó “Yo…

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