Alibi ~ Cap 1

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Capitulo 1
“El arte es la expresión del alma que desea ser escuchada”

La figura de la muchacha se balanceaba de atrás para adelante, sin perder el equilibrio. Estaba sentada sobre una de las barandas que los residentes de esa zona del circo usaban para colgar la ropa, pero el arco que la formaba era tan grueso y la muchacha tan liviana, que podía trepar con facilidad.
Era una zona muy cercana a los bosques, por lo que la cantidad de árboles soplando al atardecer mantenían el lugar siempre fresco. Aunque sus cabellos más cortos terminaban saliéndose de su trenza y la regañaban después por andar despeinada, el viento fresco soplando contra su rostro era todo lo que ella necesitaba para ordenar sus pensamientos y librarse de la tensión que agarrotaba los músculos de su cuerpo.
Ser acróbata era un trabajo sumamente estresante para cualquiera; los entrenamientos constantes para mantenerte en forma, el constante peligro, los actos, el saber que te estás jugando el cuello allá arriba si algo, por más minúsculo que fuese saliera mal…
De vez en cuando necesitaba desconectarse, sentir que solo era otra chica normal disfrutando treparse entre los árboles y las telas para sentirse viva, como si fuese un ser libre como las extrañas aves de los bosques y con tan solo extender las alas y elevarte, dejando la tierra lejos de tus pies pudieses ser plenamente libre. A veces necesitaba hacer lo que hacía solo porque sí, no por estar en un acto o estar entreteniendo a alguien.  Aunque eso no significaba que le gustara su trabajo en el circo menos.
Meció sus pies, sosteniendo su cuerpo con las manos a los costados para no perder el equilibrio y se permitió sentir la altura en la que estaba. No era mucho.
Era casi nada en comparación a lo que ella estaba acostumbrada.
Se quedo quieta un segundo, creyendo haber oído algo. Aguardo, agudizando su audición, estando casi segura de que se trataba del sonido de unas pisadas. Sin voltearse, espero pacientemente a que su visitante se acercara y entonces, lo oyó.
Una risa escapó de sus labios antes de que tuviera tiempo de refrenarla. ¡Esas sí que eran pisadas! Conocía pocas personas con la incapacidad de caminar sin hacer demasiado ruido, pero dentro de ella, sabía bien de quién se trataba. Solo una persona vendría a por ella en ese lugar, a esas horas.
Miro hacia abajo cuando sintió su presencia lo suficientemente cerca de ella, encontrándose con unos ojos azules bastante familiares que la observaban con su habitual brillo de calidez.
Peeta Mellark, el único ser viviente sobre la tierra con la paciencia necesaria con para cuidar de ella en cualquier aspecto, aún cuando ella misma no deseaba ser cuidada. El chico del pan, el hijo del panadero que trabajaba junto con cualquier cantidad de gente para mantener a la gente del circo siempre bien alimentada. Incluso a ella, aunque eso a veces significara perseguirla por los bosques, buscarla entre los árboles y obligarla a bajar de su escondite. Incluso amenazarla o darle la comida en la boca si era necesario. Sí, así de paciente era ese chico.
Llevaba puesta una remera blanca, unos pantalones de algodón y un delantal que le cubría de la cintura para abajo. En una de sus manos, portaba un canasto, lleno de panes. En la otra, llevaba un canasto. Cuando se dio cuenta de que ella le estaba prestando atención, sonrió y con un tono de voz amable, sugirió;
-¿Crees que podrías bajar aquí un rato? Tengo algo para ti.
-¿Ese canasto de panes es para mí? – frunció el ceño. –La señora de cabello raro te ha dicho que estoy desnutrida y parezco un escarba dientes ambulante de nuevo, ¿no es así?
Rió entre dientes. –Effie no se ha cruzado conmigo para nada más que encargar su almuerzo o algún postre. Creí que podríamos compartir. Si es que estás de humor para compañía…
Peeta se sentó en el suelo, dejando a un lado su canasto y poniendo en frente de él el canasto. Lo abrió, sacó un mantel que estaba doblado delicadamente y lo extendió sobre el suelo. Sacó un termo, un par de vasos y colocó la cesta de panes sobre el mantel. Sacó también una mermelada, un cuchillo y un pedazo de queso. Volvió a dirigir su mirada hacia Katniss y arqueo una ceja de manera sugerente, palmeando el lugar libre frente a él en un llamado silencioso.
La primera reacción de Katniss fue morderse el labio y mirar tentativamente el canasto del pan. En el momento en el que sus ojos hicieron contacto con el alimento, su estómago gruño tentativamente, delatándola a los cuatros vientos. 
-Yo pido la mermelada. – murmuró, bajándose de su lugar de un salto.
Sus pies planos aterrizaron de golpe en el suelo de forma pesada, ya que no apoyarse contra el suelo de la manera apropiada todo el peso de su cuerpo se fue sobre sus tobillos de golpe. Hizo una mueca de dolor y agradeció que Peeta estuviese cortando un pedazo de pan por la mitad para hacer un emparedado, por lo que no le estaba prestando atención.
Se sentó sobre el mantel cerca de Peeta, quién deposito enfrente de ella un emparedado de queso.
-También tiene mermelada. – se apresuró a aclarar, antes de que ella haya tenido la oportunidad de tomar el emparedado entre sus manos.
-¿Qué traes en el termo? – preguntó, dando grandes bocados.
-Té.
-Qué sofisticado. – sonrió.
-Papá es el que suele prepararlos para la merienda. Dice que su líquido relaja y ayuda a las personas a enfocarse. – parecía avergonzado.
-Creo que eso explica porque siempre me ofrece una taza de té cada vez que me paso por la cocina.
-No, eso es porque la mayoría de las veces que te ve dice que te ve colgada. Creo que tiene la creencia de que si tienes el estómago cargado, te verás obligada a esperar un poco más antes de hacer ejercicio para no devolver todo. Ya sabes, el poder del té y esas cosas. – rodó los ojos.
-Eso no es cierto. – se quejó, aunque en sus labios pintaba una sonrisa. –También hago otras cosas. Otro montón tipo de cosas.
-Tal vez deberías recordarlas más seguido. O al menos cuando estés cerca de la cocina.
 Tomó el termo y se sirvió en uno de los vasos de plásticos. Tomó un gran sorbo y cuando vació el vaso, volvió a cargarlo. – No vayamos a desperdiciar el té del panadero. – murmuró bajo su respiración mientras se servía el otro vaso, haciendo que Peeta riera.

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-¿Debería comer este emparedado? – preguntó, más para sí misma que para él.
Peeta arqueo una ceja y miró hacia el cielo.  -Sí crees que tu estómago podrá aguantar el quinto, no le veo el problema.
-Es un buen punto. – murmuró. Miro el pan y se lo acercó a los labios, pero cuando el olor del queso se filtró en su nariz, su estómago hizo un sonido de protesta. Hizo una mueca. –No, no puedo.
El sonido del canto de los pájaros les alerto que ya estaba atardeciendo. Cómo el lugar en donde estaban era tan cercano al bosque, les era fácil escuchar a las aves que se resguardaban entre los árboles más cercanos. Y había un tipo de aves, que cada vez que el sol comenzaba a ocultarse emitían un suave canto, como si quisieran alertar a la gente que la noche ya se estaba acercando. Luego emprendían el vuelo y se posaban en árboles más lejanos, y volvían a cantar para cubrir todas las zonas del bosque con su sonido. Katniss deseaba ponerles un nombre a esas aves, pero hasta el momento, no había conseguido verlas con sus ojos. Y el resto de los que vivían allí difícilmente sabían lo que ella sabía de esas aves, ya que era la única persona que se acercaba lo suficiente a los bosques. Salvo por Gale, o incluso Peeta en momentos como éste. Pero ese era cuento aparte.
-Yo no debería estar aquí ahora. – murmuró Peeta de repente, luego de un rato de silencio. Su mirada no estaba concentrada en ella.
Frunció el ceño.
-¿Y eso?
-Hace unas horas llegó un camión con una carga de bolsas de harinas. Se supone que yo también este ahí, ayudando a transportarlas a la cocina.
-Pero…
-Nadie va a morirse porque una vez les deje a mis hermanos ayudar con los trabajos solos en lugar de ellos a mí, cómo siempre es el caso. Además, tenía que traerte la comida.
-Debo suponer que importo para ti un poco más de lo que pensaba, ¿no es así?
En sus labios, se estiró una pequeña sonrisa. – No. Pero debes suponer que eres más divertida de cuidar de lo que creías.
-Eso me hace sentir mejor. Gracias. – murmuró. De pronto, recordó algo, causando que sus ojos se iluminaran un poco. -¿Y de casualidad, antes de venirte no te has encontrado con el señor de las mermeladas?
-Por su puesto. –Peeta sonrió, comprendiendo perfectamente a donde quería llegar. – Es la razón por la que hoy te comiste mermelada con el queso.
-¿Y tuviste tiempo de hablar con él antes de venir?
-Sí. – su sonrisa se agrando un poco. Katniss abrió la boca para hablar, pero él la cortó, rodando los ojos. Pero sin dejar de sonreír. –Sí, tenía una nueva historia.
Desconocían el nombre de ese hombre porque hasta el día de hoy, él nunca se los ha revelado en ninguna de sus conversaciones. Pero le habían apodado el hombre de las mermeladas, ya que en efecto, ese era el hombre que cada vez que el circo se instalaba en esa zona de la ciudad –su ciudad natal- les traía mermelada fresca y dulce de mamón en su gran balde y su cesta. Y siempre tenía algo nuevo que contar.
Cuando Katniss estaba por la cocina o por la panadería,-donde la familia de Peeta estaba instalada- cuando él pasaba, solía enseñarle nuevas letras de canciones. Canciones de cuna, canciones de amor, canciones de viajeros.
Pero el cariño que le había cogido al chico, hacía que cada vez que se lo encontraba, se sentara a contarle historias mientras Peeta compraba la mermelada y los dulces para la gente del circo. Eran historias de amor, historias de viajeros. Historias fantásticas que encantaban a Katniss. Pero eso nunca la hacía ponerse al pendiente o estar ahí para oírlas cuando el hombre pasaba. Al contrario, siempre esperaba a estar a solas con Peeta, en momentos como éstos para pedirle a él que se las contara.
Era por su cálida voz, por su habilidad para las palabras, por las entonaciones que ponía, la manera en la que se perdía dentro de la historia lo que hacía que a Katniss se le erizara la piel y se metiera completamente dentro de las historias, cómo si ella fuera un personaje más interpretando un papel dentro de la trama. Para ella, él era su orador favorito. Pero Peeta no sabía eso. Y si lo sospechaba, nunca lo mencionaba.
-¿De qué trata esta vez?
-Es de una dama. Y su pequeño perro.
-¿Me la vas a contar? – sonrió, mirándole al rostro.
Peeta se encontró imitando su sonrisa con demasiada facilidad. –Está bien. Pero solo el comienzo, porque se nos está haciendo tarde. Mañana puedo contarte más, ¿de acuerdo?
-Tenemos un trato.
-Muy bien. – su mirada se perdió un momento. Parecía estar ordenando las palabras en su mente para relatarlas de la manera en la que él deseaba.
Katniss se guardo los panes y los restos y dejo todo cuidadosamente a un costado antes de acomodarse a ella misma, con las piernas cruzadas en frente de ella como indiecito y las manos sobre su regazo, aguardando a que él empezara.
-Era 1960 cuando llegaron al pueblo una dama, y su pequeño perro...

2 comentarios:

  1. ohhhhh diosssssss! es sencillamente perfecta!!!! has hecho que me trasladase a ese lugar, en ese momento y en su piel...
    me encanta me encanta me encanta! <3 de verdad, felicidades, no he visto nadie que escriba más bonito que tú :3

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  2. Hm...parece que mi comentario anterior no salio...o fue que pensé publicarlo...ni idea. Bueno, me encantoooooooo! Quiero leeeeer maaaaaaaaaaaas! *_*

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