
Enciende, Enciende.
Como si tuvieras que elegir.
Incluso si no puedes escuchar mi voz.
Yo estaré a tu lado, querida mía.
Más fuerte, más fuerte.
Más fuerte, más fuerte.
Y vamos a correr por nuestras vidas.
Yo lo digo apenas, lo sé-
¿Por qué no puedes levantar tu voz para decirlo? (Snow patrol - run)
Capitulo XII: Hasta el final parte I
-Buenas tardes, señor Aro. Es un placer tenerlo por aquí. – saludó Edward, con cortesía. Aunque la expresión de su rostro portaba una seriedad casi sombría y su cuerpo estaba tensionado, como si estuviera alerta y apunto de atacar.
Aro Vulturi le regalo una sonrisa encantada y avanzo hacia él con una elegancia y suavidad, casi como estuviera danzando. Su andar era comparable incluso con el de Bella, que parecía flotar más que caminar, ya que cada vez que daba algún paso parecía que solo la punta de sus pequeños pies descalzos se encontraban con el piso antes de que de el siguiente.
Llegó frente a él y envolvió su cuerpo entre sus brazos, estrechándolo contra él en un abrazo. Como si fuesen viejos amigos. Y por la duración del mismo, como si fuesen de los buenos.
Edward reprimió el impulso de arquear una ceja, dándole pequeñas palmadas en la espalda hasta que finalmente; se separo.
“El placer es mío, querido Edward.” sonrió. “Mírate, nada más. Todo un hombre. Eres idéntico a tu padre.”
Oh sí, pensó Edward. Mi padre es la única razón por la que usted está aquí en este momento, amigo. Recordó lo que había pasado esa mañana. Después de haberse encerrado todo el día anterior en el cuarto, amando a Bella, no salió del cuarto para nada. Pero se dio cuenta que no podía repetir lo mismo un segundo días. Sus deberes lo llamaban. La mañana siguiente, cuando despertó, Bella estaba despierta, jugando con las cortinas que envolvían la cama.
Edward sintió algo al ver la suave sonrisa de su rostro, sus dulces ojos brillando y una de sus camisas cubriendo su cuerpo. Algo con nombre y apellido. Algo inmenso, que se abarcaba en una sola palabra, de cuatro letras. Pero no se atrevió a decirlo en voz alta. Es más, ni siquiera se atrevió a decirlo en su mente, como si el solo saber esa palabra hiciera que todo lo que tenía frente a sus ojos se desvaneciera con el viento.
Se quedo en silencio observándola, mientras ella le contaba como un alma en pena jamás dormía, de cómo se alimentaban de la esencia de la naturaleza, de cómo un alma jamás cambiaba. Si cuando eres humano, tu alma tiene una esencia infantil, como Emmet, entonces cuando mueras, el alma que va al cielo es tu verdadera cara. Sin caretas. Sin mascaras. Entonces, siguiendo con el ejemplo: el alma de Emmet sería una versión de él mismo joven, niño.
Si tu alma estaba envenenada, llena de odio, y resentimiento, entonces cuando tratabas de ir al cielo, las puertas eran cerradas y tu alma desterrada a la tierra. Y si el infierno no te aceptaba, estabas condenado a vivir en la tierra por siempre. Sin ninguna posibilidad de ocultar quien en realidad eres.
Estuvo escuchándola, como si estuviera sumergido en otro mundo hasta que Gertrudis tocó la puerta de su cuarto, diciéndole que tenía correspondencia importante y que era imprescindible que lo leyera. La primera era la de Aro Vulturi, anunciando su visita para conocer al futuro duque de Masen, el hijo de su gran amigo Edward Masen, el primero. Y la segunda era del mismo Edward Masen diciéndole a su hijo que más le valía que atendiera al señor Vulturi como se merecía. Su deber como futuro duque le obligaba a cumplir con ciertas cosas, con ciertas personas.
Así que se ducho, se vistió y dejo a Bella jugando en su cuarto. O al menos eso era lo que parecía que hacía mientras bailaba alrededor de su cuarto, como si estuviera en alguna especia de trance, arreglando las sábanas y buscando sus pantalones al mismo tiempo.
Y ahora estaba en la sala de su casa, recibiendo a su invitado. Había algo en él que no le agradaba. No le gustaba, no le gustaba para nada. Era algo en su sonrisa amable, como si fuesen viejos conocidos cuando jamás se habían visto antes. Quizás se trataba de sus ojos casi color carmín, que tenían un brillo siniestro, casi oculto entre sus pupilas. Su amabilidad parecía tanta, que daba escalofríos.
O simplemente, en el par de gorilas que lo acompañaban, aguardando frente al carro.
“Dígame, señor Vulturi. ¿Puedo servirle algo?”
“Oh no, Edward. No me gustaría a mí abusar de su hospitalidad. Solo estaba haciendo una visita… de pura cortesía. Uno debe asegurarse de entablar una buena relación con sus futuros… socios.” sonrió. “¿Has sabido algo de tu padre, últimamente?”
“Me temo que no. Esta bastante ocupado con su último viaje, por lo que se limita a enviarme cartas.”
“¿Y de tu madre?”
Se hizo un silencio por un minuto.
“No me ha escrito nada.”
“Eso es una pena de oír. Espero que la señora Masen esté pasando muy bien en su casa en el exterior. ¿Cómo te estás sintiendo, muchacho? Es mucha responsabilidad la que se vendrá sobre tus hombros.”
“Me estoy preparando adecuadamente, señor Vulturi. Puede quedarse tranquilo.”
“No eres un jovencito de muchas palabras, ¿no es así, joven Edward?”
Edward sonrió casi imperceptiblemente, y se llevó una mano al mentón.
“Se hace lo que se puede, señor Vulturi.”
Bella bajó bailando las escaleras, dando saltitos de felicidad entre escalón y escalón, mientras tarareaba una canción para ella misma. Llego hasta el salón en donde sabía que estaba Edward, incluso podía ver su despeinada melena cobriza y sus hombros anchos desde atrás del sofá. Con una sonrisa, avanzó hacia él, pero de pronto, se quedo paralizada. Su mirada estaba fija en la ventana. Estaba mirando directamente donde estaban dos hombres, recostados contra un coche con aire aparentemente despreocupados.
Son ellos, se dijo a sí misma.
En ese instante, los recuerdos la atormentaron. Recuerdos que creía haber borrado, malos momentos grabados a fuego en su piel…. Todo su ser se estremeció. Sus ojos estaban abiertos en par, horrorizada. Apretó los puños, con dolor, con impotencia, con furia… y cerró los ojos. Porque no quería ponerse a llorar. Porque no tenía porque llorar. Son ellos, se repitió, ahora con ira.
Entonces, sintió una mirada clavada en ella. Un hombre de liso cabello negro, ojos carmín y piel de porcelana la miraba fijamente, transmitiendo un frío con la mirada que ponía los pelos de punta. Hacía la ilusión de que la estaba observando fijamente. ¿Podría ser? ¿En realidad le estaba mirando a ella?
¿Quién es ese hombre… se pregunto…y cómo demonios llego a creer en mí?
Sin darse cuenta, había contenido la respiración. Todo su cuerpo estaba tenso.
“Joven Edward…” comenzó él. “¿Qué es eso que está ahí?” preguntó, señalando hacia Bella.
Edward se giro hacia atrás, apartándose un poco del sofá y miro a Bella. Sus ojos se hicieron cautelosos. “¿A qué se refiere?”
“Al jarrón, por supuesto. Pero que pieza de arte más exquisito. Tienes que decirme de donde lo has sacado.”
“Es todo suyo.” le respondió Edward. “Ni siquiera lo había notado. No creo que a mi madre le moleste que le haga un regalo a un hombre tan cercano a mi padre.”
Bella se giró abruptamente a su espalda y notó, que en efecto, un jarrón de porcelana blanca reposaba sobre un estante. Se llevó una mano al pecho y suspiro aliviada. Sabía que era obvio que ese hombre de ojos rojos estaba vinculado con sus asesinos.
Y sus asesinos estaban frente a la casa, a pocos metros de ella. Un segundo escalofrío volvió a recorrer su cuerpo. Volvió a mirar a la ventana, para volver a ver sus cuerpos una vez más.
Pero no había nadie ahí afuera. Ellos no estaban recostados contra el auto como hace unos segundos. Sintió el pánico invadir su pecho y su estómago hundirse. Corrió hacia la ventana y que daba hacia el patio y comenzó a mirar hacia sus costados frenéticamente. No estaban.
No están. ¡No están! Pensó, asustándose. Escuchó el pomo de la puerta abrirse y unos pasos avanzar. Sus ojos se abrieron en par, y ni siquiera necesitó girarse para saber de quién se trataba. A velocidad inhumana, se giro y subió corriendo las escaleras, como si ellos pudieran verla. Como si pudieran hacerle daño una vez más. No se animó a mirar atrás. El pánico nublaba su mente y los recuerdos entumecían su alma, haciendo que extremidades se sintieran más pesadas. Por un segundo, sintió como si la estuvieran tocando una vez más. Como si la estuviesen haciendo daño, y ella estuviese gritando por ayuda a todo lo que podía.
Aún sabiendo que era inútil.
Cerró los ojos, fuerte. Sintiéndolos más cálidos y aguados de lo normal.
Tenía que salir de ahí.
*****
“Ya es la hora, señor.” dijo un hombre, con su voz gruesa y su postura imponente.
Aro miro hacia ellos, dándoles una mirada de advertencia.
“Félix y Demetri están un poco impacientes, joven Edward. Tienen sus propios deberes que cumplir. Ya sabes cómo son esas cosas, así que siento mucho, pero esta corta visita se tendrá que acabar. ¡Qué pena! Pero tienes que prometerme que esto volverá a repetirse. ¡No te dejare escapar tan fácilmente, joven Edward!”
Él aludido arqueo una ceja. “No sé qué sería de mí si esto no se repite, señor Vulturi”
El anciano se inclino hacia adelante, apoyándose de su bastón y sonrió, aparentemente encantado con su respuesta. “Cuídese mucho, muchacho. Uno nunca sabe que cosas le puede pasar el día de mañana.”
Y dicho esto, se giro para marcharse. Edward observo suspicazmente como caminaba, sin siquiera cojear, con el bastón en una de sus manos, pero apenas apoyándolo. Puro capricho, pensó. Estos ricos de hoy.
Se dio la vuelta y subió corriendo las escaleras, quizás más ansioso de lo que debería mostrar un hombre de su status. Ni siquiera se molestó en prestar atención a esos pensamientos. Llegó a su cuarto y miró alrededor buscando a Bella, pero no encontró nada. En cambio, había un pequeño papelito reposando sobre sus sábanas.
Corrió hasta la cama y lo tomó entre sus dedos, examinándolo. Era una nota.
Me fui.
Ten cuidado con Aro.
No tengas ningún tipo de trato con él.
Son ellos.
Se quedo un momento tratando de comprender lo que esas palabras querían decir, antes de apretar el papel entre sus dedos hasta arrugarlo.
Me fui. Me fui. Me fui, dice. Pensó. ¿Qué demonios quiere decir con eso? ¿Cómo que se fue? ¿Dónde demonios está?
Me fui… aquello podía tener millones de significados diferentes. Podía ser temporal, como permanente. Y variaba depende de la manera en que lo utilizaras.
¿De qué manera la estaba utilizando Bella?
Paro de respirar por un momento, contemplando las posibilidades. Aquella era la única palabra que realmente había comprendido. El resto de la nota carecía de sentido.
“¡Bella!” llamó. “¿Estás ahí, Bella?”
No obtuvo respuesta.
Guardo la nota arrugada en el bolsillo trasero de sus pantalones y salió de la habitación.
“¡Bella!” probó una vez más. “¡Bella! ¡Bella! ¿Estás ahí? ¡Maldita sea, Bella! ¡Responde!”
Bajo corriendo las escaleras, mirando a todos lados. No la veía por ningún lado. “¡Bella!” Probó una vez más.
Pero nadie respondía. Corrió hacia la cocina. Luego al salón, a la salita, a los cuartos de huéspedes, a las habitaciones de los criados, al jardín… cuando salió al jardín se dio cuenta de que si no pudo encontrarla dentro de la casa, estaba perdido. El sol estaba en la punta del cielo, iluminando casi cegadoramente todo el patio. Bella solo era visible en la oscuridad.
Y llevaba más de veinte minutos llamándola por todos lados. No sabía porque, pero por algún motivo Bella no quería dejarse ver. Y si estaba en lo cierto, por más que la llamara, no habría caso alguno. Y ahora que no podría ni verla, había perdido cualquier tipo de oportunidad. Si ella no quería ser encontrada, jamás la vería.
Se sentó en el porche, con sus codos apoyados en sus rodillas y su rostro hundido entre sus manos. Tenía que calmarse. Tenía que ver las cosas con claridad, y para eso, necesitaba tener la cabeza fría. Entonces, podría tomar una buena decisión. Levantó la cabeza y sacó la nota que se escondía entre sus pantalones, y la volvió a leer una vez más. No tengas ningún tipo de trato con él, decía. Podía darlo por hecho. Confiaría en ese hombre tanto como un conejo puede confiar en que un lobo no va a comérselo si tiene hambre.
Leyó las últimas líneas.
Son ellos.
¿Quiénes eran ellos? ¿De quiénes le estaba hablando Bella? Frunció el ceño, y se concentro en pensar un poco más profundo. ¿Eran ellos el motivo por el que ella se había ido?
Tenía que ser una broma.
Frunció aún más el ceño, tenía que ser una broma. Habían escazas personas por las que Bella había mostrado que temía. Eran los fantasmas. O si no, solo podían ser…
No podían ser Alice o Jasper de nuevo. Al menos que él haya malinterpretado completamente la situación, Alice había quedado con Bella en términos considerablemente buenos… al menos lo suficiente con para no tratar de volver a atacarla. Y Jasper seguiría a Alice en cualquier decisión que ella tomara. Había un motivo por el que confiaba ciegamente en su juicio, aunque él no comprendía cual.
Por lo que solo quedaba una opción. Los asesinos. Aquellos hombres que abusaron tanto de Bella, que le robaron hasta el último aliento.
Apretó los puños, tratando de controlar su ira.
Había sido una completa injusticia. Tomar a una joven inocente y quitarle lo más preciado que tenía, antes de quitarle la vida de forma lenta y dolora, saboreando cada segundo de vida que se le iba de los ojos. Era demasiado injusto. Y Bella lo sabía. Ella era perfectamente consciente del acto de cobardía que estaban cometiendo contra ella en el momento en el que le arrancaban la existencia de sus manos y aquel momento quedo tan grabado en su piel, que le fue imposible no clamar por justicia. Por ella y por el único hombre que la cuidaba cuando tan solo eran una jovencita. Fue inevitable que su necesidad de justicia fuera tan poderosa, que le impidieran descansar en paz.
¿Cómo puedes aspirar entrar a un sitio como el cielo cuando tu alma estaba tan cargada de pendientes sin acabar? Pendientes que habían quedado en la tierra, y por lo tanto, ahí es el único lugar en donde puedes acabarlos.
Por eso Bella era un alma en pena. Y por eso ella ni siquiera podía soñar con descansar en paz. Porque sus asesinos seguían vivos. Ellos estaban sueltos. Jamás pagaron por sus crímenes.
Se levantó del porche, con la determinación escrita en su rostro.
Camino saliendo hacia el jardín, quedando más cerca de los árboles.
Cogió aire, separo los labios y gritó con todo su aliento. “¡Bella!”
Su grito retumbó en el bosque, haciendo que algunos pájaros abandonaran los árboles, asustados al no estar familiarizados con ese tipo de tono.
Cogió aire de nuevo, y volvió a probar. “¡Bella!” Gritó tan fuerte, que le tomó todo el aire que tenía y tuvo que detenerse un rato para respirar.
Isabella Marie Swan
1988 - 1915
Bella observaba su tumba con ojos vacíos.
¿Cuántos años habían pasado? ¿Tres? ¿Cinco? Sinceramente, nunca contó. En ningún momento desde su nueva vida se le ocurrió preguntarse cuanto tiempo llevaba de esa manera. Ella tenía otro enfoque. Concentrarte en su propia supervivencia. Recordaba lo confundida que estaba la primera vez que abrió los ojos después de su muerte. Su ángel guardián, la miraba con ojos tristes, los ojos de alguien que fracaso en su misión. Recordaba haber tratado de seguirlo, y él contestándole que al lugar que él iría ella no tenía permitido entrar. Que era el momento en el que sus caminos debían separarse. Le pidió perdón, por haber fallado en su misión, y le dijo que desde entonces ella estaba atada a la tierra. Que buscara sus propias respuestas.
Y que fuera feliz. Busca tu propia justicia susurró, antes de girarse y no volver jamás.
Ese fue el máximo contacto que ella tuvo con el cielo.
Sin dejar de estar parada, se giro hacia sus espaldas, donde detrás de una pequeña colina, se podía ver apenas la punta del techo de la casa de los Masen. Estaba todo en demasiado silencio, así que si se concentraba y agudizaba el oído podía oír el viento que creaban los árboles de su patio.
El cementerio no estaba tan lejos de la casa de los Masen, al menos para un alma que podía fundirse con los árboles del bosque y correr como el viento. No sabía que hacía sobre su tumba. Quizás para invocar los recuerdos. Para por primera vez, pensar en ellos, y luego dejarlos ir. Cosa que jamás había hecho. Desconocía cuando se había encontrado su cuerpo, yaciendo en el suelo de la habitación. Probablemente al día siguiente.
Una criada habrá estado haciendo su limpieza matinal y se habrá llevado el susto de su vida. O probablemente aquellos Félix o Demetri habrán cogido su cuerpo, lo habrán llevado de vuelta a su casa y lo habrán depositado en algún lugar estratégico. Tal vez su propia cama. El ladrón que entró a robar al viejo hombre, violó a la hija y luego la asesinó para silenciarla.
Jamás lo supo.
Solo sabía que un tiempo después, vagando por el bosque, se había topado con este cementerio, con su propio nombre. Jamás había buscado la tumba de su padre.
Probablemente porque era su manera personal de darle paz al hombre, saber que su padre probablemente estaba descansando con el cielo, se pudo haber encontrado con su madre incluso… estaba ya en mejor vida. No buscarlo más era su forma de darle un punto final a la historia.
Cerró los ojos un momento, tratando de encontrar la paz mental que carecía en ese momento. Estaba concentrada. Entonces, en ese momento, lo oyó.
“¡Bella!”
Abrió los ojos de golpe. Era él. Era su voz. Podría reconocerla incluso aunque estuviera enterrada en el lugar más recóndito de la tierra.
Jadeaba tratando de coger más aire. Él sabía que no tenía tanta garganta para este tipo de cosas, pero no se daría por vencido tan fácilmente. Cogió todo el aire que fue capaz, casi ahogándose, y volvió a intentar. “¡Bella!” Gritó por sexta vez. Su voz se quebró en mitad de la palabra, ya estaba cansado.
Su garganta comenzaba a arderle del esfuerzo. Gritar con todas tus fuerzas, con todo tu aliento seis veces seguidas, no era nada fácil. Pero él no era un hombre dispuesto a rendirse. Simplemente esa opción no figuraba entre sus planes, ni su vocabulario.
Tragó y movió su lengua tratando de llenar su garganta de un poco de saliva, para que su voz diera para un séptimo grito. Se preparaba ya para gritar, cuando de repente, los árboles se balancearon ligeramente, el pasto se movió creando un angosto camino de viento y las hojas secas en el suelo revolotearon en el aire.
En lugar de gritar, esta vez, apenas susurro. “¿Bella?”
Nadie respondió. Parpadeó tratando de enfocar sus ojos, pero estaba en lo cierto. No había nadie ahí. O al menos, no nada que él pudiese ver. No había casi sombras bajo los árboles.
Por lo que quedaba el sol iluminando a campo abierto, en donde él estaba parado.
“¿Bella?” volvió a decir. “¿Estás ahí, Bella?”
Comenzó a caminar hacia el lugar en donde las hojas habían parado de flotar, en donde, si prestaba atención, podía percibir la pequeña presión en el pasto.
Sus pasos eran lentos, calculados. Llegó a escasos centímetro de la zona que tenía registrada, y miro hacia abajo, comprobando ahí el pequeño hueco que se formaba en el pasto. Ahí estaba.
“Sé que estás ahí, Bella. Háblame. Por favor” suplicó, mirando hacia adelante, sin ver nada en realidad.
Más él sabía que ella estaba ahí. Podía sentirlo, en cada poro de su piel. En la electricidad que recorría cada una de sus terminaciones nerviosas. La anhelaba y era capaz de reconocer su presencia en cualquier parte.
“Tengo miedo” susurró.
“¿De qué?... ¿De quién?”
“De Félix. De Demetri. De que hayan vuelto precisamente aquí. De nosotros.”
“Ellos te dan por muerta, Bella. No tienen motivos para estar aquí buscándote, esto solo una coincidencia. Ellos ya no pueden hacerte daño. ¿Por qué tienes miedo de nosotros? ¿A qué le temes, Bella?”
“Al deseo que siento por ti. Temo quererte tanto, y quedarme sin nada. Sé que yo no soy más humana, y que tú tienes todo una vida por delante. No puedo arrebatarte eso. No tengo por qué desear arrebatarte nada.”
Edward negó, con los ojos cerrados. “No hay manera de que seas capaz de arrebatarme nada. Me das demasiado”
“Hay cosas que yo no puedo darte. Una familia, descendientes. Una casa soñada como indican los estándares de esta época. Una vida normal. Jamás tendrás nada de eso conmigo. Yo jamás voy a cambiar, Edward…”
“Me importa una mierda lo que la sociedad quiere para mí. Quiero decidir lo que yo quiero para mí, trazar mi propio camino. Soy yo el que tendrá que vivir el resto de su vida con sus decisiones, y quiero ser feliz con ellas.”
“Edward…”
Edward levantó una mano hacia el aire, dubitativo, haciéndola callar. Tanteó, hasta que sus dedos se toparon con su suave mejilla. Ella estaba ahí, no podía verla, pero podía tocarla. Podía sentirla. Deslizó su mano por su cuello, por su hombro, hasta llegar finalmente a su brazo, antes de tomarlo y atraerla abruptamente hacia él. La presiono contra su pecho y la rodeo con sus brazos, con fuerza, sintiendo su calidez y hundiendo el rostro en el hueco de su cuello. Ella era real. Ella era un ser. Existía. Sentía. Amaba. Se entristecía. Soñaba. Era capaz de sentir emociones. Ella también era una criatura viva.
Y eso era todo lo que él necesitaba. Todo lo que le importaba.
“Solo cállate, Bella. Siente y deja de pensar. Soy capaz de tomar mis propias decisiones, y seré solo yo el que decida su propio destino.”
“¿Y eso que significa?” dijo ella, con voz ahogada, como si estuviera conteniendo las lágrimas. Sintió su aliento chocar contra su pelo.
“Que si decido amarte aquí y ahora, no hay nada que nadie pueda hacer que me importe. Lo único que importara es que me ames igual, y que me quieras dentro de ti tanto como yo te quiero dentro de mí.”
Finalmente, sintió sus pequeños brazos rodeando con fuerza su cintura, una que casi le hacía daño, y su rostro hundirse entre sus cabellos. La sintió inhalar, como si lo estuviese oliendo.
“Estás mal, Edward. Muy mal.” Susurró. “Debería detenerte por pensar en esas cosas. Eres un humano.”
“¿No me oíste? Dije que calles, Bella. Deja de pensar. ¿Me estás sintiendo, Bella? ¿Sientes mi cuerpo junto al tuyo? ¿Mis brazos cubriendo tu pequeño cuerpo?”
Ella sobó su nariz, de una manera tierna. “Sí.”
“Entonces, solo abrázame más fuerte.”
Y ella cerró los ojos, y así lo hizo.
Hasta que el sonido de un auto los sacó de su trance. Hasta que oyó los sonidos de las pisadas y la puerta ser bruscamente golpeada. Edward se separo de ella, con el ceño fruncido.
“Vayamos a ver.” Sugirió.
Él asintió.
“Espera un segundo.” Le dijo. Le tomó de la mano, y asintió. “Vamos”
Corrieron hasta llegar a la puerta trasera, y entraron. Avanzaron por la cocina y la sala, donde la oscuridad reinaba el ambiente. Edward se giró, notando que ya podía ver a Bella de nuevo, deleitándose de su visión. Sin embargo, sus ojos estaban abiertos en par y su boca deformada en una mueca de horror, con su mirada fija al frente.
Él se giro hacia adelante, para averiguar el motivo.
Los dos hombres; Félix y Demetri estaban ahí, observándolo fijamente.
“Señor Masen.” Le llamó uno. “Lamentamos informarles que usted representa una futura competencia con el señor Vulturi, por lo tanto, una amenaza. Tendremos que hacernos cargo de eso.”