Final. -Viva la vida.

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Capitulo XIII: Hasta el final parte II
La tensión se sentía en el aire. Hubo un momento en el que se le corto incluso la respiración, mientras sentía el silencio volverse ensordecedor. No era capaz de terminar de procesar las palabras que acababan de decirle. Carecían de sentido absoluto. Sonaban como incoherencias, un montón de palabrerías, pero sin un objetivo fijo.
De pronto, el silencio y la tensión que lo envolvían fueron cortadas por un cuchillo. A su lado, la figura que permanecía estática evocó un rugido casi animal.
¡No!” gritó Bella, saliendo de su transe. Avanzó un paso, posicionándose un poco al frente de Edward. “¡No!” repitió esta vez, con más convicción.
Por un momento, uno de los hombres se quedó congelado.  Su mirada ya no estaba clavada en Edward, sino que se había desviado a otra parte. Su mirada estaba clavada en la figura de Bella, que se había agazapado de forma protectora frente a Edward, con una mirada de completamente fuera de sí en su rostro.
Por un momento, el color huyó de su rostro. Parecía que estuviera viendo un fantasma. Aunque técnicamente, casi estaba viendo a uno.
“Félix… e-esa chica…”
Su compañero frunció el ceño, sus ojos buscando el punto fijo en el que Demetri estaba observando. “¿Chica? ¿Qué chica? ¿De qué me estás hablando?”
“Ella” señaló enfrente. “La hija del viejo campesino. La que matamos hace unos años en esta casa… e-está observándome. Justo ahora.” Contestó. Su voz temblándole un poco.
Félix se giró hacia él, fulminándolo con la mirada. “¿De qué demonios me estás hablando?”
“¡Es ella! ¡Maldita sea! ¿No la vez, pedazo de imbécil? ¡Esa maldita niña muerta me está mirando fijamente!”
Lo siguiente que Demetri recibió como respuesta, fue una bofetada que sacudió su rostro. El otro hombre lo tomó de los hombros y lo sacudió, tratando de hacerlo reaccionar. “¡Hombre! ¿Qué demonios te pasa? No hay nada ahí, ¿me escuchas? Sí no eres capaz de hacer este trabajo, te largas a la mierda de aquí. Soy capaz de hacerlo solo.”
Demetri sacudió la cabeza, aun desconcertado. “Tienes razón. Han de ser solo los nervios de volver a esta condenada mansión. Me hace falta un buen trago.” Dijo, con voz dura.
Pero él todavía podía sentir esos ojos furiosos clavados en alguna parte de su cuerpo, mandándole escalofríos en la boca de su estómago.
Finalmente, uno de los dos pareció enfocarse. Félix se giró hacia Edward y metió una mano en su chaqueta, su mirada calculadora y fría como el acero observando directamente a sus ojos verdes.
“Muy bien, señor Masen. No tenemos tiempo para estas cosas. Quédate quieto y cierra la boca, y haremos esto tan rápido que ni siquiera sentirás dolor. Detesto cuando la gente se pone a rogar.” Dijo, y entonces, le apunto con la pistola.
“Corre, Edward.” Le dijo Bella, su voz dura como el acero.
“No. No voy a dejarte sola con ellos.”
“Con un demonio, ¡vete de aquí! ¡Las balas ya no pueden hacerme daño, no estoy viva! ¡Es a ti a quien quieren matarte, lárgate! ¡Las escaleras!” rugió, y sin darle tiempo a refutar nada más, se lanzó contra Félix a una velocidad sobre humana, pegó un manotazo a la mano que estaba apuntando firmemente el arma de fuego, mandándola a volar en algún lugar del salón.
Edward tardo medio segundo de más. Sabía que aunque Bella se estuviera encargando de Félix, aún quedaba otro. Probablemente armado hasta los dientes. Y no sería tan estúpido con para dejar que Bella se estuviera jugando toda su energía en vano, porque él mismo lo había dicho; ellos ya no podían hacerle daño. Ya no estaba a su alcance.
Sin embargo, Demetri no estaba prestándole atención a él. Sus ojos habían seguido horrorizados los movimientos de Bella, que ahora había saltado a la espalda de Félix, ahorcándolo con sus dos brazos mientras este jadeaba por aire, completamente desconcertado.
Esa era su oportunidad.
Salió disparado por las escaleras, antes de que a alguno se le ocurriera apuntarlo con la pistola. Tenía que buscar alguna manera de sacarlos de ahí. Y tenía que estar vivo para hacerlo.
Mientras tanto, Demetri no podía dejar de observar a Bella. Nunca antes el pánico se había apoderado de forma tan abrupta de él y había paralizado su cuerpo. Era como si un viento helado se hubiera recorrido todo su cuerpo. Cuando el rostro de Félix comenzó a tomar matices púrpuras, finalmente reacciono.
“¡Quítale las manos de encima, maldita puta!” gritó, lanzándose contra ella. Con su codo, comenzó a golpearla repetidamente en la cabeza, en la nuca, en la coronilla, lo que tuviera a su alcance… con una fuerza que a un humano normal ya le hubiera roto el cráneo. “¡Regresa de donde viniste!” Con puño cerrado, le golpeó directo en el rostro, con toda su fuerza, acertándole en el ojo.
Bella chilló de dolor e instintivamente, se llevó las manos al rostro, liberando a Félix en el proceso. Éste calló en el suelo, tosiendo y jadeando por aire, luchando por volver a la normalidad.
“¿Qué demonios fue eso?” jadeó Félix, con voz ahogada y apenas oíble.
“Te lo dije, ¡es ella! ¡La chica muerta, es un puto fantasma! Quiere vengarse de nosotros, Félix…” dijo Demetri, completamente fuera de sí.
Félix se fricciono el cuello, mientras se levantaba. “Encárgate de ella, entonces. Has lo que tengas que hacer. Yo iré por el muchacho.” Dijo con determinación, comenzando a caminar hacia las escaleras.
La mirada de Demetri no tenía precio. Se giró hacia la castaña, agazapándose, convenciéndose a él mismo que él era el depredador y ella, la presa. La que tenía que ser eliminada.
La castaña lo miraba desde el suelo, con la mirada desafiante, verdadero fuego quemándose en sus ojos. Se acarició a sí misma la mejilla debajo del ojo en que la había golpeado, como si inconscientemente, esperara encontrar sangre. Y probablemente lo hubiera encontrado de haber sido humana.
Él caminaba lentamente hacia ella. Como si estuviera midiendo cada paso, cada movimiento y anticipando su reacción.
“No te tengo miedo.” Le dijo, como si le estuviera comentando a algún amigo que lindo veía el clima de hoy. “Así que no creas que puedes asustarme para salirte con la tuya. Voy a hacer que vuelvas por donde viniste.”
“Por donde vine.” Repitió ella, como si estuviese probando esa palabra con sus labios. “Tendrás que arreglarlo con mi madre para volver a meterme de donde vine. Pero ella ya no está aquí. Es una pena.”
Él chasqueo la lengua. “No vas a burlarte de mí.”
Dicho esto saco la pistola oculta dentro de uno de los costados de sus vaqueros. Bella no se quedó a esperarlo. Aunque sabía que las balas no le harían daño, no se quedaría ahí quieta, dándole la oportunidad para que él lo averiguara. Al menos no tan rápido.
Se levantó a su velocidad, y corrió hacia Demetri, llegando incluso antes de que él hubiera terminado de levantar la pistola para amenazarla. Comenzó a correr en círculos alrededor de él. Era un círculo que se movía con tanta velocidad, en un mismo punto, como una danza sincronizada. El viento comenzó a levantarse por donde pasaban los pies de la castaña. Ella era un alma, y la naturaleza estaba conectada con ella, así que por un momento, pareció que un pequeño tornado comenzó a formarse alrededor del cuerpo humano.
La ropa de Demetri comenzó a elevarse, como si quisiera ser arrancada de su cuerpo, y sus pies comenzaron a elevarse, dejando que solo las puntas de sus dedos quedaran en contacto con el suelo. Pero lo más importante, el objetivo de todo esto; comenzaba a faltarle el aire. Era todo tan rápido, que costarle un esfuerzo sobre humano respirar. Las fuerzas de sus brazos cedieron, echando la pistola al suelo y doblándole las rodillas, haciéndole temblar las piernas, quitándole toda sensibilidad de su propio cuerpo.
Comenzó a doblarse hacia el suelo, cayendo poco a poco, como si estuviera descendiendo en cámara lenta. Llevó sus brazos a su pecho, sintiendo el vacío que le dejaba la falta del aire, y aquello le tomó un esfuerzo sobre humano.
Sus rodillas ya tocaban su pecho cuando comenzó a toser descontroladamente y la voz comenzaba a fallarle. La castaña ya podía oír los latidos de su corazón, cada vez más débiles con cada segundo que pasaba.
Entonces, un ruido proveniente de arriba le distrajo. Era un sonido abrupto, como si alguien hubiera lanzado algo, o como si se hubiera caído algo pesado. Paro abruptamente. Sus pies se clavaron el suelo, mientras su respiración se cortaba y todos sus sentidos se pusieron alertas.
“¡Edward!” exclamó, y salió corriendo hacia arriba, dejando el cuerpo acurrucado y jadeante de Demetri en el suelo, luchando por un balance en la fina línea entre la vida y la muerte.
“¿Dónde estás, muchacho?” exclamó Félix, caminando por los pasillos con el arma apuntando hacia el frente. Sus oídos estaban atentos a cualquier mínimo sonido que pudiera haber. De repente, captó un pequeño sonido provenir de uno de sus costados. Una sonrisa maliciosa se extendió por su rostro, mientras se abalanzaba por la puerta y la abría de una patada. Había una cama en el medio y en par de muebles, pero no había nadie más.
Suspicaz, Félix entró y revisó bajo la cama, detrás del escritorio y por último, dentro de armario. Había un montón de ropa para hombre. Se encogió de hombros. Hubiera sido estúpido esconderse en su propio cuarto.
Entonces, escuchó el sonido de algunas pisadas, casi imperceptibles y lo que parecía un silbido. Miro hacia el techo. El piso de arriba… se dijo a sí mismo, y salió corriendo hacia las escaleras.
Edward corría por los pasillos, buscando un escondite adecuado, cuando vio a Gertrudis pasear con toallas limpias y dobladas entre sus manos. Venía silbando una alegre tonada, paseando por los pasillos. El joven cobrizo la rodeó para no chocar con ella y salió corriendo, rumbo al estudio. Había una escalera que llevaba al patio ahí. Entonces podría cabalgar a algún cercano, buscando ayuda. Probablemente la policía. Había una caseta de seguridad en la entrada del barrio, a no más de tres cuadras de su casa.
Cerró la puerta a sus espaldas y se recostó por ella, tratando de recuperar el aliento antes de reanudar su carrera. No tardó en escuchar otro tipo de pisadas en el pasillo, pesadas, retumbando sobre el silencio de la casa y el alegre silbido de Gertrudis. Abrió los ojos en par. ¡Gertrudis! ¿Y si era uno de ellos? ¡Iban a asesinarla!
“¡Idiota!” se gritó Edward a sí mismo, tomando la enorme lámpara de porcelana en la mesita del costado y abriendo la puerta de nuevo. Nada hacía una pieza de arte contra un arma de fuego, pero se negaba a encontrarse con un asesino con las manos vacías.
Y con la adrenalina del momento, no se le había ocurrido que su ama de llaves, su querida nana pudiera estar en peligro. No era nada personal, ni el objetivo principal, pero ella, siendo ya tan vieja y frágil, perdería la vida de manera desafortunada solo por estar en el momento y lugar equivocado. Y él no podía permitirse eso. Llegó al pasillo al mismo tiempo que Félix agarraba del brazo a la pobre mujer, haciendo que todas las toallas se esparcieran por el suelo y un grito de horror se escapara de los labios de la mujer.
“Confiesa, ¿dónde está el muchacho? Sé que lo has visto. ¡Comienza a hablar!”
Sin pensarlo dos veces, apunto y arrojo la lámpara directo a su rostro. Félix reaccionó a tiempo y tirando a la mujer a un lado, levanto el arma y disparo directo al artefacto, haciendo que la porcelana estallara en millones de pedazos. Edward se tiró al suelo y se arrastró rápidamente hasta llegar detrás de una pared, para protegerse. Miro la mesa a su costada, sin nada encima más que un pequeño mantel para adornarlo. Sabía que no tenía motivos para prestarle atención a Gertrudis, por lo que saldría corriendo mientras tuviera la oportunidad.
Pero ahora, desde la posición en la que él estaba, era un blanco demasiado fácil. No había manera de que saliera sin que alguna bala saliera a su encuentro, pero si se quedaba ahí, Félix solo tendría que limitarse a caminar hasta donde él estaba y dispararle.
Que diferentes serían las cosas si Félix no estuviera armado. Si se enfrentara a él y tratara de matarlo con sus propias manos, cuerpo a cuerpo. O sí él mismo tuviera un arma. Cómo se maldecía en momentos como estos, por no tener un arma consigo. Ni siquiera tenía un arma en el estudio. Maldita sea. Iba a morir, lamentándose por no haber sido un hombre más precavido, o haber dado más pelea.
¡Maldita sea!
Podía oír sus pasos ya acercándose. Paró de respirar y sintió su corazón comenzar a acelerarse, frenético. Hizo lo primero que se le vino a la mente. Cogió una de las mesitas que tenía a su alcance y salió de la nada, reventando la mesita contra una de las rodillas de su atacante. Lo oyó maldecir y sostenerse la pierna, momentáneamente distraído. Entonces cogió otra mesita, sacando el jarrón que estaba encima. Tiró la mesita contra la pared con violencia, haciendo que ésta se partiera en pedazos. Cogió la pata con la punta más filosa y lo apretó en su mano, guardándolo como su arma.
Se pegó contra la pared y sacó un poco la cabeza, para ver que estaba haciendo Félix. Éste ya estaba comenzando a pararse del suelo, aunque evitaba  apoyarse en la pierna que él había atacado. Entonces, cogió el jarrón que había apartado y se lo tiró, con fuerza, con velocidad. Edward fue más rápido que él arma ahora. Félix, incapaz de levantar rápidamente el arma para repetir el mismo método de defensa que utilizó contra la primera pieza de porcelana, solo atinó a cubrirse el rostro antes de que el jarrón colisionara contra su piel y explotara en millones de pedazos. Sangre comenzó a salir de la piel de su brazo, a borbotones.
Gruño, con furia. “Voy a matarte, hijo de puta. Lenta y dolorosamente. Tuviste tu oportunidad.”
Edward apretó su arma con más fiereza entre sus manos, su rostro firme con determinación. Se paró en el borde de la pared, esperando el momento indicado. Ni siquiera era necesario que él fuera más rápido que el arma. Solo tenía que ser más rápido que Félix. Desarmarlo antes de que él lo desarmara. Atacar antes de ser asesinado. Luchar por su vida. Y Edward había encontrado en la vida cosas que valían demasiado la pena con para despedirse de ellas y abandonarlas sin siquiera haber podido disfrutarlas plenamente. Darle un mensaje. Asegurarse de que sería que feliz.
Había solo una cosa, en realidad.
Su corazón latía frenéticamente. La adrenalina era tan potente, que sentía toda su piel prendida, la energía a mil y su pulso golpeando atronador en sus oídos. Oía sus pisadas, seguras, determinantes. Casi podía oler su determinación en el aire, la determinación de quién viene a tomar lo que no le pertenece y decidir un destino que no tiene por qué estar en sus manos. La de un asesino tratando de hacer la acción que hizo que se ganara esa etiqueta.
Asesinar.
Ya casi podía ver sus pies, cuando vio que de repente, estos cayeron en el suelo, oyendo un gemido provenir de él. Entonces, como si de una fuerza invisible se tratara, comenzó a ser jalado en dirección contraria. Edward frunció el ceño y sacó la cabeza, para ver que estaba pasando. Entonces, la vio. Bella estaba jalando a Félix con violencia hacia atrás, su dulce rostro deformado por una expresión de ira que nunca antes le había visto. De repente se detuvo, mientras Félix se retorcía tratando de ser liberado y le paso la mano, la que tenía el arma. Oyó un crujido antes de que él arma fuera liberado, y su mano cediera, inutilizada. Probablemente le hubiera roto la mano.
Entonces aseguró su agarre en sus hombros y lo levantó del suelo, dando una vuelta con él y luego lanzándolo al aire, haciendo que su espalda colisionara contra la pared y un grito de dolor se escapara de sus labios. Ella se giró a mirarlo un momento, examinando su cuerpo con la mirada.
Edward alzó ambas manos sobre su cabeza. “Sigo vivo.”
Arqueó una ceja. Si las miradas matasen, esa afirmación no tardaría en convertirse en una mentira. “Sal de aquí”
“Cómo usted ordene, señora.” Dijo él y se observó suspicaz a Félix.
Tendría que pasar por donde estaba su cuerpo, inevitablemente, al menos que le apeteciera tirarse por la ventana desde el cuarto piso de la casa. Y llegados a este punto, realmente no quería pensar en la alternativa.
“¿Estás esperando que te lo pida por escrito, Edward?” gruño Bella.
Un segundo después, ya estaba alzando el cuerpo del hombre por el cuello, con una de sus manos. Edward asintió, eso era lo que necesitaba. Aprovechó y paso corriendo por el pasillo, deteniéndose solo para coger el arma que Félix había dejado, antes de marcharse del lugar. Tendría que decidirse si bajar por las escaleras del estudio como al principio lo había planeado o simplemente ir abajo y salir por la puerta de la cocina, que era la que más cerca estaba del establo. Pero no sabía que había pasado con el otro hombre. Así que razonó, que lo más factible sería bajar por las escaleras del estudio y correr hasta el establo, entoncesiría hasta la caseta de la policía y los traería hasta su casa.
Pero estaba a medio camino cuando vio un cuerpo en medio de su camino.
“No seas estúpido, hombre.” Dijo Edward, apuntándole con el arma. “Estas desarmado ahora. Quítate de mi camino.”
Demetri sonrió, aunque Edward notó que sus labios estaban blancos y su rostro con un tono azul. Apenas podía mantenerse en pie. Entonces, hizo algo inesperado. Abrió su chaqueta completamente, de modo que tenía vista de lo que adentro se ocultaba. De un lado, había tres pistolas, estratégicamente ocultas. Y del otro, un cuchillo y una navaja.
Ambas cejas de Edward se arquearon, y su mandíbula se desencajo. Parpadeó repetidamente, para asegurarse de que estuviera viendo bien y no fueran solo trucos de su mente, traicionándolo.
“¡Oh, vamos!” exclamó, mirándolo al rostro. “¡Tiene que ser una broma!”
“El verdadero cuestionamiento aquí, muchacho, es… ¿tienes tú los nervios para acabar conmigo? Yo podría asesinarte justo ahora, sin pestañear. ¿Podrías tu hacer lo mismo conmigo?”
Mientras hablaba, ya había seleccionado una pistola, y ahora la tenía apuntando, justo en su pecho.
Edward sabía la respuesta. Respetaba demasiado la vida humana con para andar decidiendo cuando alguien se merecía morir y cuando no. Deseaba matarlo, oh, cuanto quería hacerlo pagar. Deseaba golpearlo con sus propias manos, ver el arrepentimiento nublar sus ojos. Hacer justicia. Pero no podía.
Él era solo un simple mortal. ¿Qué se creía él, para andar arrebatándole la vida a otra persona? ¿A otro igual? Él creía en una fuerza superior allá arriba, por encima de todo lo que pasaba en la tierra. Él les había concedido la libertad a los mortales. Pero había ordenado amor, no faltarle al respeto y tomar decisiones que Él tomaría mejor que nadie, que solo a Él le correspondían.Entonces, ¿cómo podía él traicionar algo tan simple que había pedido cuando a cambio le habían regalado algo tan preciado como la libertad?
Pero cuando Demetri saco él seguro, tuvo que actuar rápido. Sabía perfectamente lo que iba a ocurrir. Su mano presiono el gatillo, y la bala fue liberada. Oyó el ensordecedor sonido de su propio disparo, antes de oír el de su atacante. La bala de Edward fue a parar directamente en la pierna de su atacante, provocando que éste se doblara automáticamente en el suelo.
Edward no tuvo tanta suerte. Sitió un pinchazo, y bajo su mirada, para ver cómo su camisa comenzaba a mancharse de sangre. Rápidamente llevó su mano hacia la zona en la que le habían herido. Sentía como si le hubieran perforado el estómago. Entonces, sintió que se le cortaba la respiración. Su cuerpo estaba impactado, paralizado.
Alzó la mirada para observar a Demetri observarlo desde el suelo, con el arma apuntándole una vez más, directo en el pecho, listo para volver a disparar. Más él no reacciono. El dolor comenzaba a apoderarse de su cuerpo de forma lenta y extraña, un dolor completamente nuevo para él. Aún no terminaba de asimilar la situación. Estaba demasiado perdido con para poder reaccionar.
Entonces, la oyó gritar. “¡Edward! ¡Noo!
¿Quién es ella? Se preguntó. No parecía la voz de su Bella. Tan llena de dolor, inundada en la desesperación. Como grito de animal herido. Vio un cuerpo volar por los aires, pero fue incapaz de identificarlo. Solo supo que cuando la bala salió disparada de la pistola de Demetri, ese cuerpo  se interpuso en su destino, recibiendo la bala por él, y luego yació en el suelo, inutilizado. La sangre comenzó a esparcirse en el suelo, rodeando el cuerpo de ese hombre. Probablemente era lo que quedaba de Félix.
Demetri se quedó paralizado, tan o más desconcertado que Edward. Entonces, sintió unos pequeños brazos rodeándolos con fuerza, y un cuerpo junto al suyo, temblando.
“Edward” sollozó ella, enterrando la cabeza en su pecho. Edward le correspondió el abrazo, comenzando a descender lentamente hacia el suelo, llevándose a ella con él. Sus fuerzas comenzaban a fallarle de a poco. “Por favor, Edward. ¡Resiste!”
Bella le ayudó a recostar su cuerpo contra la pared, y le abrió la camisa de un solo tirón, revelando su torso desnudo. Sus ojos fueron directos al lugar en donde le habían herido. Le habían disparado en el estómago. Y estaba perdiendo demasiada sangre.
Sin poder evitarlo, Bella abrió los ojos horrorizada, perdiendo casi todas las esperanzas que le quedaban.
“¡No!” gritó, abrazándose a ella misma. Sintiendo por primera vez, un dolor como el que estaba entumeciendo su cuerpo y segando su alma… todo lo que ella era. Su mundo entero se estaba derrumbando.
Sintió una mano tocarle el brazo, haciéndole levantar la mirada. Su otra mano toco su mejilla, empapada de lágrimas que ella ni sentía.
“No llores” le dijo él, sonriéndole un poco.
“¡No lo entiendes! No puedo curar humanos, ¡no tengo permitido interferir en el curso de la vida! ¡Vas a morir y yo no podré hacer nada al respecto! ¡No!” sollozó, su voz tan llena de dolor, que requería un gran esfuerzo para poder entender sus palabras.
“Es el ciclo de la vida, Bella. Nacemos, crecemos, vivimos. Y luego morimos. No importa cuando pase, es inevitable. No importa si muero hoy, o muero mañana. Tarde o temprano, era algo inevitable que iba a pasarme.”
“Calla.” Dijo ella, sosteniéndose el pecho. “No me digas eso, Edward. ¡Quédate conmigo!”
“Siempre.” Juró, mirándola directamente a los ojos. Pero él no entendía.
No era de esa manera. Ella lo necesitaba junto a ella, físicamente, para poder seguir.
Él rodeo sus hombros con sus brazos y la atrajo contra su pecho, apretándola en un fuerte abrazo. Uno con él que trataba de aferrarse a la vida, de aferrarse a ella.
Pero nada había acabado aún. Un jadeó llamó la atención de Bella, uno humano. Se giró hacia Demetri, que la observaba con el horror escrito en todas sus facciones.
La ira y el dolor segaron completamente al pobre alma. La pistola salió disparada. Fue tan repentino el movimiento, tan brusco, que sin medirse el alma le arranco la mano en el proceso.
“¡Esto jamás te lo perdonare, desgraciado! ¡Jamás te lo perdonare!” gritó, envistiendo contra su estómago, sacándole todo el aire. Tomó su cuello y aplicó presión, pero no la suficiente para estrangularlo. Era sorda a sus gritos de dolor, así como él lo fue el día que ella yacía bajo su cuerpo, pidiendo ayuda. Implorando una clemencia que jamás recibió.
Entró a su cuerpo, poseyéndolo, apretando con fuerzas todo lo que había dentro, causando que se retorciera, gritara, suplicara.
“¡Bella!” gritó una voz. Era Edward. “¡No lo hagas, Bella!”
Y la castaña no pudo contradecirle. A regañadientes, salió de su cuerpo y lo empujo, causando que chocara contra la pared y cayera al suelo.
“Levántate.” Ordenó, viendo como el humano lentamente, obedecía. Se acercó a él, y lo miró directamente a los ojos. “Camina. Vete de aquí y camina hasta que tus pies sangren. Cuando dejes de sentir tus propios dedos y las heridas que te tienes te consuman poco a poco, haciendo que tu corazón lata cada vez con menos fuerza y la vida se te escape con cada segundo que pase. Lucharás hasta por tu próximo aliento. Entonces, sigue caminando.”
Y el humano, completamente hipnotizado, rodeo el cuerpo de la pequeña castaña, y abandono el lugar caminando…
Bella corrió hacia Edward, tomando su cuerpo entre sus brazos.
“¿Por qué?” le preguntó entre lágrimas.
“No puedo dejar que lo mates.” Le susurró, mirándola con ternura a los ojos. “Por qué entonces habrás violado el respeto por la vida humana y tu alma, se ensuciaría. Y no puedo permitir que eso pase.”
Bella se dio cuenta que su voz era cada vez más débil.
“Edward. No te vayas”
“Tengo que.”
“Pero prometiste que te quedarías conmigo. Siempre. ¡Lo prometiste!”
“Y siempre estaré contigo. No importa lo que pase, siempre serás mi Bella.”
La atrajo a su pecho de nuevo, para volver a abrazarla.
“Esos hombres que están ahí” le dijo “ya no tienen ninguna posibilidad de salir libres después de esto. Algún criado los encontrara y llamara a la policía. Entonces estarán perdidos. Félix ni siquiera está vivo. ¿No lo entiendes, Bella? Se hará justicia. Una vez te prometí que haría todo lo que pudiera para que encontraras tu camino. Hoy, esto es lo que te ofrezco. Ve al cielo, Bella. Sé feliz. Y ruega porque yo también pueda ir allá.”
“No me digas eso, Edward. Por favor. Tú tienes que seguir viviendo, tener una familia. Una maravillosa esposa que te ame, que te de hijos y que haga cada día de tu vida una aventura. Mereces una vida normal.”
“¿De qué me sirve la vida, si tú no estás conmigo? Nunca fui normal. Estoy defectuoso.” Sonrió Edward. “Mi madre siempre dijo que yo rompí el cascarón.”
Bella lo miró directamente a los ojos. Vio como la vida se le escapaba lentamente de los ojos, en cada segundo que pasaba. Y ella no podría hacer nada para evitarlo.
El dolor de la impotencia, era devastadora.
Entonces, sacó todo lo que tenía guardado en el pecho. Llevó la mano de Edward en su pecho, y la sostuvo en el lugar en donde los humanos tienen el corazón.
“¿Sientes esto, Edward? Aquí ya no hay nada que lata o trabaje, está congelado. Ni siquiera estoy viva. Pero si mi corazón fuera humano, cada latido te pertenecería solo a ti. Cada segundo. Te amo, Edward. Como jamás he amado a nadie.”
El joven cobrizo le dedico una sonrisa deslumbrante. Aunque se notaba que le había tomado todo su esfuerzo hacer tan solo ese pequeño movimiento. Sus ojos, que aún se aferraban a la vida, brillaron.
“Te amo, Bella. Recuérdalo. Siempre serás mi Bella.”
La castaña le regaló una sonrisa llena de dolor. Acarició la mejilla de Edward, mientras este suspiraba dolorosamente.
“No pienses que te estoy dejando. Ve al cielo, Bella. Sé feliz. Yo iré a donde tu vayas.”
“Edward.”
“¿Sabes algo? No importa como hayan terminado las cosas. No me arrepiento de haberte conocido. Jamás podría. Eres lo más preciado que tuve en mi vida humana.”
Ese era su último aliento. Lo supo por la manera en la que lentamente se le cerraban los párpados y exhalaba lentamente, como si estuviera conteniendo el aire.
Y entonces, su corazón lentamente, paró de latir.
Y un grito de dolor inhumano, llenó la estancia de los Masen.

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Edward Anthony Masen.
“Gran hombre, devoto hijo. Recordado con cariño, en el corazón.”
1901 – 1918
Era un día de luto, por donde lo miraras. La señora Masen lloraba desconsolada, mientras su marido la sostenía de pie, con su rostro completamente decaído. Gertrudis estaba con unos cuantos criados en una esquina. Las cabezas gachas, las lágrimas desciendo silenciosamente por sus mejillas.
El lugar estaba repleto de gente que Bella jamás había visto antes. Mujeres, hombres y jovencitos. Era un día de luto. Ella estaba vestida con la ropa de Edward, como siempre. Solo que esta vez también se había puesto una de sus chaquetas.
Llevaba una rosa blanca en una de sus manos. Extendió el brazo hacia adelante y sus dedos cedieron, dejando que el viento se llevara la rosa, haciendo el trabajo que a ella le faltaban las fuerzas para realizar. La rosa quedo sobre la tumba, acariciando el material. La castaña suspiro rotamente, y se abrazo los costados del cuerpo, aferrándose a la chaqueta. Aún estaba su olor impregnado en la prenda.
Bella no pudo ir al cielo, como Edward se lo pidió. Ni siquiera pudo intentarlo. Había algo que la ataba. No literalmente, sino que era una opresión en su pecho, que le impedía seguir hacia adelante. Cuando Edward murió, ella jamás vio su alma desprender de su cuerpo e ir al cielo. Tampoco al infierno. Simplemente, no vio su alma en absoluto, como debería haberlo hecho. Como vio a su ángel de la guarda irse. Sin embargo, él ya no estaba vivo.
Algo andaba mal ahí.
Sentía la necesidad de quedarse ahí, tal y donde estaba. A esperar a Edward. Iba contra toda lógica, pero era lo que su corazón le decía. Y ella anhelaba con todo lo que tenía que tuviera razón. Se abrazó más fuerte para no desmoronarse.
Alzó la mirada al cielo, y entonces, lo vio. Las hojas del suelo se levantaron de repente, los pastos se movieron y un viento cálido pasó a su lado, estremeciéndola. Su mirada se dirigió hacia el ligar abruptamente, pero era demasiado rápido, incluso para sus ojos. Aunque juraría haber visto un destello cobrizo.
No lo pensó dos veces. Salió disparada, siguiendo aquel destello, rumbo a la casa de los Masen. El lugar en donde ella y Edward se habían visto por primera vez.
Todo empezaba de nuevo.
Entró en la casa, con el corazón en un puño. “¿Edward?” llamó.
Nadie contesto.
Corrió por las escaleras. Llegó hasta el cuarto de Edward, mirando hacia todos lados. Pero no lograba ver nada. Una punzada de dolor recorrió su pecho, mientras agachaba la mirada. ¿Y si eran solo imaginaciones suyas? ¿Y lo que ella visto era un intento desesperado de su corazón por ver lo que tanto había aguardado la parte de ella que aún conservaba la esperanza? Una solitaria lágrima recorrió su mejilla.
“¿Por qué lloras?”
Se quedo paralizada. De haber sido humana, estaba segura de que su corazón se habría detenido. Esa voz.
Se giró abruptamente. Ahí estaba. Era él. Edward estaba recostado contra uno de los mangos de la cama, que sostenían las cortinas. Llevaba una camisa marrón, desprendida hasta la mitad de su pecho. Unos pantalones negros. Y zapatos del mismo color. Su cabello cobrizo estaba despeinado como siempre, sus manos en sus bolsillos y una sonrisa torcida bailoteando en la comisura de sus labios. Se veía incluso más hermoso de lo que le recordaba.
Bella lo miró con los ojos aguados. Luego, se tiró a sus brazos.
Edward envolvió su cintura entre sus brazos y la apretó con fuerza contra su cuerpo, riendo. Enterró su cara en su cabello.
“No lo entiendo.” Dijo ella. “Te mereces ir al cielo. ¿Qué haces aquí, atado a la tierra?”
“Te hice una promesa” murmuró contra su pelo. “Dije que iría a donde tu vayas. No podía irme al cielo sin comprobar que tú estés en el. Pero tú, dime, ¿qué haces aquí?”
“No pude irme.”
“¿Por qué?”
“Por la misma razón por la que tú no te fuiste.” Sonrió, mirándolo a los ojos. Pero luego se puso seria. “¿Seré suficiente para ti, Edward? Esto es para siempre. Una vez que empiezas, ya no hay vuelta atrás, y vives de esta manera por el resto de la eternidad.”
“Ay, Bella” suspiro, negando. Pero en sus labios había una hermosa sonrisa. “Tú eres todo lo que necesito. Ahora y siempre. Solo podemos esperar que lo que dijo esa fantasma sea verdad y dentro de 30 años sigamos juntos. Y los años después de esos. Si a uno le falta algo, basta con que vea que el otro está a su lado acompañándolo para que esté completo. ¿Lo entiendes?”
Ella sonrió y sus ojos brillaron. Edward comprobó, hipnotizado, que no importaba que fuera humano o un alma, ella siempre tendría el mismo efecto en él. Y no había forma que su deseo por ella muriera nunca. La alejó un poco, sin romper su abrazo y observo su vestimenta con ojos pícaros.
“Oh, Jesús. ¿Cuándo será el día en que dejes de usar mi ropa? Creo que ya hasta me está gustando.”
“Me amas.” Sonrió Bella.
“Con todo mi ser.”
Y atrajo sus labios a los suyos, para fundirlos en un beso. Y cuando se cansó de besarlos, comenzó a besar su cuello. La chaqueta cayó al suelo. Luego su camisa. Comenzó a besarle los hombros desnudos, descendiendo lentamente, reviviendo el acto de amor que había tenido la oportunidad de vivir solo en uno de sus días humanos. Y la amó. Y ella lo amó a él.
Ellos estarían bien.
Mientras siguieran a sus corazones y se tuvieran el uno al otro. Encontrarían su propio camino. Juntos.
Todo empezaba de nuevo.
Fin.
....
...
..
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Epílogo.
Un hombre se arrastraba por el camino. Sus ropas estaban rotas y le faltaba el aire. Sentía la sangre seca acumulada entre los dedos de sus pies. De pronto, escuchó un ruido en la carretera. El sonido de un coche.
Paro de caminar por un segundo, viendo como el coche se detenía a su lado. Un policía salió de él, y se acercó, con las manos en las caderas.
“Señor Demetri Vulturi. ¿Les importaría acompañarnos un momento? Tenemos un par de preguntas para usted.”


Justicia.

1 comentario:

  1. Probablemente esta sea una de las mejores historias que he leído, se que no es así como se suele comenzar una review pero quería dejarlo en claro, ame la historia de principio a fin, es hermosa y adictiva; me ha encantado leerla. Espero leer mas historias tuyas, si se parecen tan solo un poco a esta seguro que sera una maravilla leerlas. Un saludo.

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