Cap V - Viva la vida

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¿Cómo sería yacer en el cielo sin techos ni
puertas ni otros ojos que el viento;
con una nube para cubrirme?
¿Cómo me esconderé?
May Swenson 
Capítulo V

Edward tuvo que salir de casa esa mañana temprano. Por más que le pesara, una invitación a los Mallory no se les podía negar… porque aparecían al día siguiente en el pórtico de tu casa ofreciendo su compañía. Y Dios Santo si Edward estaba dispuesto a pasar por eso.
Buscó a Bella por los lugares más recónditos (oscuros) de la casa por varios minutos, hasta que decidió no revolver la casa por cuarta vez en un momento dado. Trato de disimular su decepción al no encontrarla en ningún lado.
Se vistió con la mayor lentitud posible y desayuno tan despacio, que parecía querer que su comida le hablara, buscando retrasar el momento lo más posible. Luego de un tiempo, notó que solo habían pasado quince minutos, entonces decidió dejar de comportarse como un tonto y salió de la casa antes de que su comida comenzara a contestarle.
Mientras más rápido se marchara más rápido volvería.
Bella se acercó a los ventanales y vio como el coche negro se perdía por el camino de tierra, mientras Edward era ignorante al intenso escudriño de la castaña. Ignorante, siempre ignorante…
La castaña se giró sobre sus pasos y trató de salir volando hasta el cuarto piso, en la habitación de Edward específicamente. Le encantaba estar rodeada alrededor de su fragancia y sus pertenencias. Podría sonar ridículo, pero ella no le era para nada indiferente.
Durante años había escuchado maravillosas historias del hijo de los señores de la casa en boca de la servidumbre, viendo fotografías en la pared, espiando en los álbumes. Ella podría alardear que conocía al Joven Edward mucho antes de haberlo visto por primera vez. En medio de aquel sopor constante de rencor y agonía, ella había perdido la cuenta de cuantas veces pequeños gestos, pequeñas travesuras o acciones que relataban que el muchacho cobrizo, le habían arrancado más de una sonrisa. Un extraño sentimiento de calidez se instalaba en su pecho y a su pesar, se encontraba mordiéndose los labios para evitar el impulso de reír abiertamente. Ese chico a veces era tan humano.
Por eso, cuando se enteró que al fin el hijo pródigo vendría a quedarse por unos meses como el amo y señor de aquel hogar, ella simplemente no pudo evitar ir corriendo hasta su cuarto a esperarlo, albergando la absurda esperanza de que él pudiera verla, y que no le fuera indiferente a ella como lo era de él. Cuan fue su sorpresa entonces, cuando lo vio observándola como si nada con la confusión plasmada en sus facciones. Se dirigió entonces al piso de arriba.
Pero una figura en medio de su camino la obligó a detenerse.
Llamó suavemente una vez en el pórtico.
“Buenos días señor Masen”  saludó educadamente la señora Mallory, con una mirada evaluadora y una sonrisa altanera.
Su mirada cambio a una de aceptación cuando llegó a cierta parte de su anatomía y Edward tuvo que reprimir un escalofrío. Agradecía que esa mujer ya estuviera casada.
Le invitó a pasar a tomar asiento en la sala, en lo que llegaban sus dos hijas y su marido. Edward se mantenía amable e impasible ante la presencia de la señora, tratando de no defraudar la educación que su devota madre le había impartido de niño rodando sus ojos y haciendo algún mal comentario.
Calladito y bonito, calladito y bonito se repitió.
Las dos señoritas no tardaron en hacer su entrada triunfal bajando estrepitosamente las escaleras. Y me refiero a estrepitosas no porque hayan bajado de alguna manera torpe y patosa, me refiero que a pesar de la singular elegancia con la que descendieron al salón pisaban los escalones con demasiada énfasis, provocando que sus pasos resonaran por toda la estancial.
Edward casi roda los ojos. Solo sonríe y saluda…
Renata y Lauren Mallory casi se ponen a hacer el famoso baile de la alegría cuando entraron al salón y sus ojos celestinos se posaron en la figura del Joven Masen.
“Buenas tardes señoritas” saludó educadamente.
“Oh, señor Masen. No se imagina usted el halago que representa para mí que semejante caballero de buen porte acudiera hasta aquí solo para verme” exhaló Lauren con aire soñador.
Edward tenía que reconocer que los ojos azules de Lauren y su melena rubia le daban una belleza exquisita. Pero cuando abría la boca, simplemente mataba toda la magia…
“No me atrevo a pensar que tipo de hombre sería capaz de bajarle de su burbuja a tan hermosa señorita, ni lo que usted piense de él. Pero me supongo que tendré que correr ese riesgo, aunque me cale hasta el fondo de mi alma” contesto.
La sonrisa de suficiencia que recibió por parte de Lauren le indicó que había interpretado aquello como un halago, y que no había captado el punto irónico oculto entre sus palabras.
Renata no perdió el tiempo acomodándose al lado del sillón en donde estaba sentado Edward para enfrascarlo obligadamente en una conversación en lo que ella le detallaba lo que había estado haciendo durante la semana. Le había relatado que había visitado a los Black y a los Salvatore. Le confió también que se había hecho amiga íntima de Rebecca Black, la mayor de las hermanas y que evitaba frecuentar a la casa de los Stanley, pues le confió que la señorita Stanley estaba echando humos por las orejas al enterarse de su visita a la casa de los Mallory. No se animó a preguntarle cómo. 
Le contó que había iniciado sus clases de piano y que su maestría para la pintura había mejorado notablemente. También le contó que el sombrero que llevaba puesto en ese momento, ella misma lo había fabricado. No le pasaba por alto como Lauren le enviaba dagas por los ojos al otro lado del salón, envidiosa de su hermana. Aunque Edward no le veía el porqué.
Aunque Rebeca fuera notablemente más sensata y agradable que su hermana, Edward no podía desarrollar por ella ningún tipo de interés por ella más allá que una cómoda amistad.
Comprendió en ese periodo de tiempo que Rebeca jamás haría alguna travesura en la que se arriesgara a que su padres tuvieran que castigarle. Comprendió que su sonrisa no mostraría la misma inocencia que una pequeña niña que jamás ha roto un plato. Comprendió que ella jamás escaparía de él dejándolo colgado en medio de una conversación.
Comprendió que ella jamás se pondría su propia ropa por ningún motivo y que ella tenía los ojos jade, no de unos hipnotizantes chocolates.
Eso le bastaba para que su corazón ni siquiera se esforzara por acelerar sus latidos.
Comió poco después con el señor Mallory y sus familias, ahora nostálgico. Se limitó a responder a las conversaciones en piloto automático, desde que había pensado en ello, su mente indirectamente le había mandado a Bella. Aquello lo hizo desear solo volver a casa y mandar al reverendo pepino los malditos protocolos sociales.
“¿Te apetece un té?” preguntó Gertrudis con voz amable.
Bella observó con una mueca como el ama de llaves extendía una taza de té humeante frente a ella. Se rascó la nuca algo incómoda.
“Yo no como…” dijo cautelosa.
“Oh” exclamó ella inmutable “¿Cómo vas con el bordado?”
La castaña centró su atención a los hilos de croché y a las pinzas que tenía sobre su regazo, dubitativa. Estiró su obra frente a ella para contemplarla, a lo que Gertrudis no pudo contener una carcajada a mandíbula cuando vio los hilos enredados y los círculos y formas incompletas, nada concisas. Un ligero rubor cubrió las mejillas de la castaña; era un desastre.  
“Quizás deba buscarme otro pasatiempo” suspiró frustrada.
“La paciencia es una virtud, querida niña. Solo la práctica hace al maestro” la sermoneó Gertrudis son quitar su vista de la taza del té.
La castaña elevó la cabeza y fulminó con la mirada el cielo raso, notando que desvió la mirada. Regresó su vista al tejido y siguió intentándolo.
Edward cruzó el pórtico de su casa con expresión fatídica. Estaba cansado emocionalmente, y si tenía que soportar la aventura de irse a comer en alguna casa de otra familia con hijas mujeres, probablemente terminaría cortándose las venas con uno de esos elegantes cuchillos que siempre ponen en la mesa para el asado.
Entro al recibidor y estuvo a punto de dirigirse derechito a encerrarse en su cuarto cuando, una imagen se coló por su visión periférica. Reaccionó recién cuando su pie pisó el primer escalón, entonces tuvo que retroceder sus pasos de nuevo hasta quedarse apoyado por el marco de la puerta de la sala.
Las cortinas estaban cerradas.
Lógicamente, su mirada rápidamente se dirigió hacia su ama de llaves que se encontraba sentada en la mesa de decoración. Tenía un té en la mano y su mirada concentrada hacia el frente, pero tapaba con su cuerpo el objeto de su atención. Pero Edward no necesitó ser adivino para suponer quién era la que estaba allí.
Entró en la estancia con pasos sigilosos avanzando, hasta que sus ojos captaron su imagen, posiblemente más hermosa de lo que vio  recordaba la última vez que la vio, hace dos días. Sus ojos no pudieron evitar recorrer su figura de arriba abajo con detenimiento, buscando grabar a fuego su imagen en su retina.
Su largo cabello castaño, siempre salvaje y suelto hasta un poco más de sus caderas, esta vez estaba amarrado en un cola baja, con un lazo azul. Aquello dejaba su rostro libre para ser detallado con más detenimiento. Sus ojos castaños estaban entrecerrados observando un punto fijo, su nariz fruncida y sus labios apretados, como si estuviera invirtiendo una buena cantidad de concentración. Su vista bajo más hacia abajo y entonces notó también su ropa. Seguía siendo su ropa, sin duda, porque algunas partes todavía le quedaban demasiado holgadas. Pero habían tomado unas cuantas pinzas en su cadera para que el pantalón se ajustara a su figura, y el largor era más corto porque le habían hecho el ruedo. Su camisa le había tomado una pinza por los hombros bastante grande por lo que supuso, porque el largor se acoplaba perfectamente a sus frágiles brazos. Y sus pies, ya no estaban descalzos… tenía una media y chatitas negras. Edward pensó con diversión lo pequeño que era su pie ahora que podía contemplarlo enteramente.
Y en su regazo, estaba un mal intento de algún tejido, que ni siquiera podía pasar por una servilleta desechable. Ese era el objeto que procuraba con tanta concentración. Edward se mordió el labio para impedir que se le escapara una risa, pero esa misión falló mucho antes de que empezara. Sus carcajadas hicieron eco en el silencio del salón.
Dos pares de ojos se giraron hacia él sobresaltados, antes de que su ama de llaves lo reconociera.
“Joven Edward, ha vuelto a casa bastante temprano. Debo suponer que su visita a la casa de los Mallory no fue enteramente de su agrado” dijo ella divertida.
Edward reprimió un gruñido que le arranco más de una risita. “Mi visita dejo de ser enteramente de mi agrado desde mucho antes que pudiera un pie en esa casa” se quejó, para después recaer su atención en Bella. “Te ves sencillamente encantadora, Bella. Debo suponer que ésa que tienes puesta, no es mi ropa. ¿Verdad?”
“No me obligues a decir mentiras”
“Quiere decir que tú, ¿tomaste mi ropa sin consentimiento, la cortaste, cosiste y la encogiste para ti de modo que yo ya no pueda usarla? ¿Y ni siquiera consideraste mi opinión? Eso es vil, Bella”
“Bueno, ¿recuerdas cuando dijiste que esto no se quedaría así?” se encogió de hombros “Bueno, no sé quedo así…”
Edward entrecerró los ojos en dirección a la castaña, pero el ama de llaves llamó de vuelta su atención. “Yo le hice las modificaciones a su ropa y le ofrecí los zapatos, Joven Edward. Supuse que no le importaría” dijo escéptica a lo que Edward se encogió de hombros “Hoy llegó una nueva carta” cambió de tema.  
Oh no…
“Éste es del señor MC Carthy”
“¿Es una invitación de boda?”
“Eso parece Joven Edward”
Edward puso los ojos en blanco, riendo entre dientes “Ese pedazo… Lo único malo que me cuadra aquí ahora, es tener alguna maldita compañía por elegir ahora. ¿Para cuantos invitados dice, Gertrudis?”
“Justo para dos, Joven” dijo sonriente.
Edward puso los ojos en blanco. “Bien, creo que me arriesgare a aparecerme solo y abandonado a la fiesta. Emmet es mi amigo, pero prefiero pasar por las habladurías de la gente a tener que aguatar una sola Mallory o Stanley otra vez. ¿Para qué día dice, Gertrudis?”
“Es dentro de dos semanas”
“Muy bien. Señoritas” hizo una pequeña reverencia antes de darse la vuelta y dirigirse hacia su cuarto.
Bella había escuchado toda la conversación en silencio y con una extraña expresión en su rostro. Varias ideas cruzaban de pasada por su cabeza, pero lo rechazaba automáticamente.
Por pudor, o por nivel de estupidez.
Pero una de esas, no pintaba tan mala. El pudor, era lo único que le impedía llevar a cabo su plan. Tenía una idea fija, y dos semanas para llevarlas a cabo.
Esperaba que todo saliera como planeaba.

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