Cap VI - Viva la vida

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FUE EL VIENTO LOCO Y SALVAJE
QUE TIRÓ LAS PUERTAS PARA DEJARME ENTRAR
VENTANAS ROTAS Y EL SONIDO DE TAMBORES
LA GENTE NO PODÍA CREER EN LO QUE ME CONVERTÍ
(Coldplay – Viva la Vida)

Capítulo VI
Bella recorría los abandonados y monótonos pasillos de la mansión. Edward había salido muy temprano por la mañana y la servidumbre no acostumbraba a pulular dentro de la casa en ausencia de su señor, a no ser que estuvieran de servicio. Así que no quedaba nada más que hacer, además de caminar y caminar por los alrededores, hasta que llegue el punto de encontrar algún tipo de diversión en las paredes.
Se acercó hasta un ventanal y asomo su nariz por las cortinas para espiar el tiempo. El cielo se veía templado. No estaba lo suficientemente despejado para ser insolante, ni tampoco estaba lo suficientemente nublado para presagiar tormenta. Era el clima ideal en Ottawa para soportar una calurosa tarde en un salón de banquetes.
Nerviosa, se acercó hasta el lugar donde guardaban la correspondencia y comenzó a pasar los nombres que ella sabía pertenecían a familias con muchachas que morirían por ir de la mano de Edward Masen aunque sea a la panadería. Había perdido la cuenta de cuantas cartas habían llegado esta mañana de modo de invitación para llevar a Edward como acompañante al baile. Bella no sabía muy bien como sentirse al respecto.
Primero que nada se preguntaba donde había quedado la dignidad de aquellas chicas, cuando en una de esas no fue capaz de contenerse y abrió una de las cartas con intención de averiguar de qué se trataba todo eso. Entonces quiso quemar la hoja que tenía en sus manos y tener a esa chica delante de ella para echarle también en el fuego, de paso. Solo para aprovechar.
Pero luego, le invadió una ola de emociones depresivas capaz de corromper con su espíritu y enviar al cuerno su buen humor.
Ella no era nada de Edward Masen.
Sentir una emoción tan humana como los celos para ella era tan impropio como sentirse verdaderamente deprimida por aquella afirmación que se negaba a admitir en voz en alta. Hacer eso, sería como terminar de reconocer que aquello era la realidad.
Sacudió la cabeza mientras se fijaba en su reflejo en la mesita de vidrio de la sala. A medida que más reflexionaba acerca de ello, su determinación comenzaba a flaquear y sus niveles de autoestima comenzaban a descender a niveles dramáticos. De un momento a otro lo único que quería era acurrucarse en la cama de Edward bajo sus sábanas y llenarse de su olor como consuelo mientras él estaba allí en esa fiesta, rodeado de todas esas mujeres humanas coqueteándole, dándole algo que ella no podía darle.  La ira ante esos pensamientos no se hizo esperar.
Se sentía peor que una chica humana en su periodo.
Se fijó en las cartas que le habían mandado la familia Stanley y la familia Mallory. Recordó vagamente los comentarios de Edward hacia las chicas de esas familias, y su aprensión por ir con alguna de ellas al acontecimiento.
Un brillo travieso brillo en sus pupilas cuando tomo sus cartas y su piel captó de inmediato el calor del fuego que estaba ardiendo en la chimenea. Con una velocidad impropia de un humano, se paro frente al fuego con sus intenciones pendiendo en un hilo. Extendió su mano sobre el suelo y soltó las cartas, dejando que los sobres se deslizaran entre sus dedos. Una sonrisa de satisfacción curvó sus labios llenos mientras contemplaba como el papel de las cartas se consumía con parsimonia a fuego lento, dejando como único recuerdo sus cenizas.
A Edward no podía perturbarle lo que no sabía.
El ruido de un portazo la hizo saltar en su lugar. Movió su cabeza en dirección del sonido y abrió los ojos en par al comprobar que el dueño de casa había vuelto a casa. Sin pensarlo dos veces corrió rápidamente a refugiarse entre las escaleras.
El ama de llaves, la casi nueva amiga de Bella fue la primera en aparecer en la sala para recibir al señor.
“¿Cómo ha estado su día, Joven Masen?” preguntó amablemente, depositando una bandeja con pan y café en la mesita de la sala.
Edward no había desayunado antes de salir.
Se encogió de hombros.
“Esa no es respuesta digna de un futuro duque, joven. No deje que su madre se entere de eso” le reprendió.
Bella sonrió con ternura cuando vio un ligero color rosáceo aparecer en sus mejillas. Tan humano… pensó.
“Lo siento. ¿Has visto a Bella?” cambió de tema.
Él preguntando por ella. Una secreta euforia se instalo en un rincón de su pecho, en donde se suponía estaba su corazón.
“Me encontré con ella muy temprano esta mañana, antes de que usted salga. Ha estado deambulando por la casa en toda la mañana, como si estuviera buscando algo… pero fueron escasos los momentos en lo que logre cruzármela. ¿Necesita algo más?”
 “Una vida.” murmuró bajo su aliento.
“¿Dijo algo, señor?”
“Una esposa, Gertrudis. Necesito una esposa, haber si de ese modo evito que las jovencitas se me lancen si ningún pudor hasta en el mercado. No te lo creerás, pero hoy entre en una casa para pedir el baño con todos mis respetos, pero cuando salí una jovencita con nada más que una camisola estaba frente a mí, a punto de abrir la puerta de donde me encontraba. Casi me da un infarto… ¿puedes creer que ni siquiera pueda hacer tranquilo del número dos sin que alguien intente violarme? Eso debe ser suficiente para deprimir a alguien.”
Una risita se le escapó a Bella, sin que pudiera evitarlo. Abrió mucho los ojos y se tapó la boca con las manos cuando se dio cuenta de su error, y de inmediato retrocedió a un mejor escondite en la escalera, como si fuera una niña atrapada en una travesura. El ama de llaves miro en su dirección con una ceja arqueada y una sonrisa divertida, pero Edward no volteó en ningún momento, como si no hubiera oído nada.
Aún así el cuerpo de Bella no pudo evitar temblar por la risa, amortiguada débilmente por sus manos.
“Yo creo, señor, que casarse en ese momento sería un error magistral. Busque el verdadero amor, Edward, no se deje llevar por las influencias que la sociedad nos impone tan atrevidamente. No creo conveniente fijarse en ninguna de esas avaras muchachas cuando alguien que puede cambiar tu vida puede estar tan cerca de ti… incluso en tus narices.”
Bella casi se atraganta con su propia saliva cuando la oyó. Sacó su cabeza de su escondite para observar ansiosamente a Edward, expectante por su respuesta.
Finalmente, soltó un suspiro resignado. “Te haré caso, Gertrudis. Pero solo porque me has llamado señor.”  
La aludida le dedicó una sonrisa cariñosa, y luego de una pequeña reverencia se retiró del lugar, abandonando a Edward y a Bella en sus pensamientos, respectivamente.
“Bella, necesito hablar contigo.” dijo Edward de repente, después de un buen rato.
Ya se había terminado de tomar su taza de café y su pan estaba casi completamente terminado. Bella no se había movido de su posición, por un poco más de media hora, acurrucada en su rincón, observando entretenida el clima por el ventanal y escuchando la respiración pausada de Edward, contando sus latidos. Estaba tan relajada y despistada con sus divagues en ese momento que no pudo evitar sobresaltarse cuando la voz de Edward se coló por sus sensibles oídos.
“¿Cómo supiste que estaba aquí?”
Edward se avergonzó un poco. No iba a confesarle que cada vez que estaba en la misma habitación que ella, inmediatamente su carne se ponía de gallina y sus terminaciones nerviosas cobraban vida. Había desarrollado una especie de radar en su cabeza, que le alertaba de su presencia. Estaba ya sintonizado con ella.
“Te escuché reír hace un rato.” mintió creíblemente. No era del todo mentira, después de todo.
“Habla entonces.”
Edward cerró los ojos. “No así. Necesito verte, por favor.” 
Segundos después sintió una melena acariciarle el hombro, como si fuera una suave caricia de terciopelo. Abrió los ojos como reflejo y ahí estaba, la misma protagonista de sus últimos sueños, robándole el aliento una vez más. Por un momento, juro que el corazón le falló un latido.
Su rostro estaba a unos escasos diez centímetros del de él, con una expresión tan inocente y dulce que sería capaz de derretir el mismo hierro forjado con una sola de sus miradas. Sus ojos estaban más abiertos de lo normal observándolo expectante y sus labios fruncidos en una mueca que denotaba concentración, como si estuviera calculando algo. Sus manos estaban colocadas delicadamente sobre sus rodillas, en un toque tan suave que casi era imperceptible. Vagamente notó que su cabello hoy estaba sujeto en una elaborada trenza pegada desde el inicio de su frente, con un moño rosa bebé en la punta que ahora rozaba sus hombros.
Pero su máxima concentración estaba ahora en sus mejillas sonrosadas, sus ojos y cómo diablos se hacía para respirar.
“¿Te ocurre algo malo?” preguntó ella preocupada.
“N-no… ¿p-por qué lo p-preguntas?...” balbuceó incoherentemente. Difícilmente podría entenderlo.
Bella se alejó un poco más de él. No lo suficiente para poder hilar dos palabras inteligentes en su mente. “Te has puesto azul. ¿Estás seguro de que estás bien?”
Finalmente, se alejó a una distancia prudente sin dejar de observarlo, y Edward pudo soltar todo el aire que estaba conteniendo de golpe. Recién ahí se dio cuenta de que había dejado de respirar.
Murmuró algo sobre las almas y su poco respeto hacia el espacio personal mientras se sentaba mejor y sacudía su cabeza para arreglar la maraña de pensamientos que había surgido de la nada.
“Estoy bien.”
“¿De qué querías hablar conmigo?” dijo ella. Edward tuvo que buscarla con la mirada unos segundos, antes de descubrir que ella se había sentado a su lado en el sofá.
Aún no se acostumbraba a su velocidad.
El joven tomó una respiración antes de responder. – Es sobre el baile.
Inevitablemente, el cuerpo de Bella se tensó. “Oh… continúa.”
“No sé qué hacer Bella, sinceramente no tengo idea de que voy a hacer. Como habrás escuchado mi simpática anécdota esta mañana, no me siento preparado para enfrentarme a tantas mujeres listas para saltarse a mi cuello. Esto me supera. Necesito un consejo”  la observo con ojos suplicantes.
“Pero… ¿por qué me lo preguntas a mí?”
“Eres la persona más inocente y despreocupada que he conocido en diecisiete años de vida… me siento en paz cuando estoy contigo… pensé que quizás supieras que hacer.”  Contestó él, inclinando un poco su cabeza hacia donde ella estaba.”
Inconscientemente Bella se inclinó un poco hacia él, sintiendo un llamado oculto hacia el embrujo de sus ojos. Tragó en seco. “¿Y si fuera yo tu pareja?” las palabras escaparon de sus labios en un susurro bajo, mucho antes de que su pequeña cabeza fuera capaz de procesarlo.
Tarde se dio cuenta de lo que acababa de hacer, y sus ojos pardos se abrieron horrorizados.
Edward se separó de ella, anonado. “Pero Bella… ¡e-eso sería maravilloso! pero… eso no es posible… ¿verdad?” le dedicó una sonrisa triste.
Sería maravilloso, él dijo, pensaba. Se pateo mentalmente por ser causante de esa sonrisa sin esperanza por parte de Edward. Como si eso fuera más allá que la simple connotación que estaba teniendo su conversación de ahora.
“¡Pero si es posible!” dijo ella quizás con demasiada efusividad. Ahora que lo había soltado, no había aparente manera de detenerse.  “¡Edward, sí existe una forma!”
“Pero Bella, tú me lo has dicho. Solo los que creen son capaces de visualizarte, y yo ni siquiera puedo verte en la claridad de la luz. No habrá manera en que todos los invitados puedan verte o no les parezca extraño verme hablando y sonriendo al aire.” 
“No estoy hablando de eso tonto, ¡si existe una forma!” sonrió alegremente. Los ojos de Edward brillaron en ese momento, pero se torcieron en una mueca de confusión cuando vieron la expresión de Bella. “Pero yo no sé si deba…”
“¿Qué pasa?”
“Edward, yo no sé si sea correcto que yo… bueno…” de pronto, su estado de ánimo y su necesidad de retroceder a su plan se presento en su mente, haciéndole sentir más pequeña.
“Bella.” la llamó él, tomando sus pequeñas manos entre las de él. Una corriente eléctrica paso entre los dos, calentando deliciosamente sus cuerpos. “Mírame.”
La castaña obedeció. “Si existe alguna mínima posibilidad en la que puedas ser mi acompañante, sin hacerte daño a ti o nadie más, no me importa como lo hagas. Me encantaría que lo hicieras.” dijo con una voz esperanzada que caló hondo en la conciencia de la castaña.
Suspiro resignada. “Trae a Lauren.”
“¿Qué?”
“¿Confías en mí?”
“Con mi vida.” juró, y se asombró descubrir que no mentía.
“Bien, entonces contéstale que estarás encantando de llevarla al baile contigo. Anda, hazlo. Confía en mí.”
Edward se levantó del asiento y se dirigió a la mesa en donde guardaba sus cartas, no sin antes dirigirle una mirada suspicaz. Buscó entre los montones de sobres el nombre de Mallory, frunciendo el ceño cuando no logro encontrarlo. Dejo el montón de sobres sobre la mesa y los desparramó, buscando el nombre con la mirada.
“Bella, no encuentro la carta”.
Inconscientemente su mirada se dirigió al fuego y una sonrisa curvó sus labios. “Oh, tendrás que usar una hoja nueva y un poco de imaginación. Esa carta ya no está…” murmuró distraídamente.
Edward siguió el hilo de su mirada y frunció el ceño cuando su mirada se topó con el fuego. Tardo unos segundos en deducir a qué se estaba refiriendo. Una sonrisa burlona curvo la comisura de sus labios.
“¿Celosa?”
“Sigue soñando, Masen”
El joven rió entre dientes.
 “Señorita Mallory, se ve especialmente hermosa esta noche” Edward le tomó la mano y se inclino a besarla.
Y no era del todo mentira. Si Edward jamás hubiera visto la belleza de Bella, no le resultaría difícil pensar que Lauren se veía mucho más hermosa de lo que habitualmente estaba. Se había puesto un vestido mucho más rescatado de lo que habitualmente usaba, como si buscara impresionarlo. Era de un color azul zafiro, y su pelo rubio estaba suelto, semirecogido en diminutas trenzas en la parte de la coronilla. Lástima que sus ojos ya estuvieran ciegos a la belleza de otras mujeres.
“Me halagas, señor Masen”
Edward la escoltó al carro en la oscuridad de la noche. Los faros apenas podían iluminar algo. Abrió la puerta del carro, pero entonces un viento helado los paralizó a los dos. Edward retrocedió un par de pasos de Lauren, que parecía haberse quedado estática. Se asustó por un momento, cuando vio su cuerpo congelado en medio de la vereda y sus ojos perdidos en medio de la nada, sin ver en realidad.
“¿Qué le hiciste?”
Bella apareció detrás de la figura de Lauren y le dedicó una mirada precavida. “Tranquilo, ella estará bien. Está todo planeado”
Edward relajó un poco más su postura. “¿Qué le vas a hacer?”
La castaña prefirió contestar esa pregunta con sus acciones. Cerró los ojos y frunció el ceño como si se estuviera concentrando en algo. La suave brisa que golpeaba su piel se hizo un poco más brusca y avanzó con paso decidido hacia el cuerpo de Lauren.
Desapareció.
Desapareció a los ojos de Edward como si hubiera colisionado contra la espalda de Lauren y se hubiera fundido con el aire. Lo que pasó a continuación, fue algo que jamás hubiera esperado presenciar en su corta vida. Ni en sus más locos sueños.
Los faros que iluminaban las calles comenzaron a encenderse más potentes, como si se estuviera avivando la llama que los mantenía encendidos. El cuerpo de Lauren empezó a brillar como si tuviera millones de diamantes incrustados en su piel, hasta que de pronto, su estatura se comenzó a encoger. Su cabello rubio como el sol comenzó a teñirse poco a poco de un tono castaño como si fueran reflejos, hasta que pronto fue el color dominante. Su piel comenzó a aclararse a un tono blanco porcelana y sus facciones se fueron transformando.
A Edward casi se le desencaja la mandíbula cuando un par de ojos pardos lo observaron bien abiertos y expectantes, con un brillo de inocencia brillando en sus pupilas. ¡Es ella! Pensó.
“¿B-bella? ¿Eres tú?” balbuceó, viéndola sin poder creérselo.
El rubor de que subió a sus mejillas le confirmó lo que fuera que pudo haber dudado. Era exactamente ella, su rostro, su piel, sus ojos, su cabello, hasta su estatura…
Era como si estuviera parada frente al alma, solo que esta tenía puesto un vestido. Jamás nadie creería que ese era el cuerpo de Lauren.
“¿Cómo hiciste eso?” pregunto maravillado. Ni siquiera lo disimulo en su tono de voz.
“Démonos prisa, por favor. Poseer los cuerpos de la gente me toma mucha energía, mucho más si quiero que el cuerpo tome la forma de mi imagen física” 
Frunció el ceño “No quiero que te hagas daño”
“Estoy bien. Solo quiero ahorrar cada segundo que tenga. No podremos quedarnos demasiado tiempo, si es que tienes pensado farrear hasta el amanecer” le sonrió inocentemente.
Edward rió entre dientes. Sí, definitivamente esa era Bella.
“En ese caso, permítame escoltarla, señorita.” Dijo risueño, ofreciéndole uno de sus brazos.
Bella lo miró fijamente y no pudo evitar reír como una niña. Aceptó su ofrenda y tomó su brazo, sintiendo inmediatamente la descarga eléctrica tan usual entre ellos dos que calentaba su cuerpo y cosquilleaba en su pecho, en el lugar en donde estaba su corazón.
El camino a la iglesia fue en un cómodo silencio. Edward iba al volante concentrado en su camino mientras Bella miraba por la ventana inmersa en el paisaje que pasaba frente a sus ojos. Nunca había viajado en un coche, ni siquiera cuando era una humana. La emoción y las sensaciones que la embargaban por lo desconocido la tenían lo suficiente distraída con para concentrarse en emitir palabra.
“¿Qué planeas hacer con Lauren? ¿Recordara ella algo de esto?”
“Tengo una coartada en mente. No pienso dejar cabos sueltos”
“¿Y qué me dices de su familia? Su madre le preguntara sobre la fiesta y sus avances conmigo… ese par de mujeres son realmente cotillas” dijo medio perturbado.
Bella se giró hacia él para dedicarle una sonrisa. Se toco la cabeza con un dedo. “Tengo todo fríamente calculado”
Edward se encontró correspondiéndole la sonrisa.
Estacionaron junto a los demás carros frente a la vereda de la iglesia y corrió a abrirle la puerta a Bella. Le ofreció el brazo, pero Bella le dedicó una sonrisa de disculpa.
“No puedo acompañarte a la iglesia, Edward”
Su expresión se descompuso. “¿Pasa algo?”
“Tranquilo, no es por lo que piensas. Necesito reponer energías si quiero que la transformación dure, necesito sacar energía de la naturaleza” dijo mirando hacia los árboles. “Ve allá y ve como tú mejor amigo se casa, eres su padrino. Yo estaré bien, estaré esperando aquí mismo por ti para ir juntos al baile”
“¿Estás segura?”
“Completamente”
Edward se quedó mirándola un largo rato algo indeciso, como si estuviera calculando sus opciones.
“Ve ya chico, yo sé cuidarme sola” le guiño un ojo.
Suspiro resignadamente y se acerco algo indeciso, midiendo cada movimiento por parte de ella. Finalmente se acercó a su rostro y deposito un casto beso en su mejilla, antes de retirarse completamente. Sus labios ardieron ante el simple contacto con su piel y su cuerpo entero se estremeció. Se alejó para ver el sonrojo de Bella y el leve temblor de su cuerpo.
Le dedicó una última sonrisa.
 “Volveré antes de que tengas tiempo de echarme de menos” dijo entusiasmado, con un extraño brillo en sus ojos.
Bella se encontró a ella misma correspondiéndole su sonrisa antes de que pudiera notarlo.
“Promesas, promesas”

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