Capitolio.
Cuatro chispas de fuego.
Desde pequeña, Katniss Everdeen
siempre estuvo acostumbrada a lo extravagante.
Su armario siempre estuvo lleno
de vestidos y conjuntos de todos los tipos de telas, colores y formas, y su
madre nunca le dejaba ponerse la misma prenda dos veces. Nunca había sentido lo
que era la carencia, ni el hambre.
Ni vivir en lugares pequeños.
Si bien la vida la tenía
arreglada desde su nacimiento, llegada su adolescencia, si se le despojase de
todo lo que tenía; seguiría teniendo la vida arreglada.
Con una voz tan dulce y poderosa
que podría hacer que un bosque entero parase a escucharla, con sus canciones, lograba
sacar una buena paga en una noche, lo suficiente para comer bien por una
semana, quizás más.
Eso y también el hecho de que contaba
con su empleo como aprendiz de diseñadora de modas.
Habiendo nacido y sido educada en
el Capitolio, lo más natural, lo más factible, era que Katniss tuviese las
mismas creencias que el resto de los habitantes de la ciudad.
Aunque con el tiempo, había
grandes y pequeños detalles, ocasionando pequeños cambios en su personalidad.
Se podría decir que el primer
cambio ocurrido dentro de Katniss, fue cuando empezó a trabajar para Cinna.
Aunque era un talento casi
anónimo, cuando de telas se trataba, no existía mente más brillante que él con
vida. Para Katniss, la única que realmente podría hacerle competencia era
Portia, aunque aun así había algo especial en Cinna, algo que jamás nadie
podría superar.
Antes de ver los trabajos de
Cinna, Katniss nunca había pensado en la manera de vestir de los ciudadanos del
Capitolio como ridícula. Pero cuando empezó a trabajar para él, basto una
semana para que se diese cuenta que tan estúpida se veía ella vestida con
pantalones con formas de hexágonos, moños gigantescos y más pintura en su
rostro que una casa con colores distintos en cada pared.
Su estilista no tenía ninguna
alteración en su cuerpo, ningún adorno aparte de las líneas doradas que cubrían
sus párpados. Se veía fresco, cómodo, hermoso y cada poro de su cuerpo
irradiaba una indiscutible aura de calma.
Se veía mejor que la mayoría de
la gente que ella había conocido; con labios inflados, pechos falsos, bigotes
de gato, pestañas exageradamente largas, piernas alargadas…
Pero fue cuando vio a Portia
cuando realmente, por primera vez en su vida, se sintió incómoda con lo que
tenía puesto.
Si bien Katniss nunca se había
hecho alteraciones –más por terror a las cirugías que nada- tenía su rostro
pintado para que su piel parezca más pálida, sus labios más rojos, sus pestañas
más definidas y atractivas.
Portia no era solo hermosa, era
radiante. No llevaba una pizca de maquillaje en su rostro, sin embargo, una
mirada a su rostro; con aquellos ojos chocolate que parecían brillar más que el
mismo sol con alegría, esos labios rosáceos que parecían estar permanentemente
curvados en una sonrisa y el modesto
rubor en sus mejillas, fue suficiente para destruir el ego y mandar el
autoestima de Katniss en picada al suelo.
Siempre, cuando Katniss se miraba
al espejo, lo había hecho creyéndose hermosa. Había sido educada para creerlo.
Sin embargo, cuando llego esa
noche a su casa y se miró al espejo, no vio nada más que un rostro
completamente blanco, unos labios rojos, unas pestañas pintadas de forma que
parecían tan gruesas que apenas podían distinguirse una de la otra, cejas tan
claras que apenas podía distinguirse y ojos grises… veía a otra ciudadana del
Capitolio.
Pero no vio ni siquiera una pizca
de la belleza natural que había visto en el rostro de Portia.
. . . .
La segunda vez que hubo una
oportunidad de un cambio dentro de ella, fue la vez que Cinna le pasó un libro
con una disimuladamente al final del trabajo. Él la había observado con más
calidez de la habitual hace unos días, cuando ella se presentó pintada solo con
un poco de delineador y brillo de labios, haciéndola pensar que quizás esté
haciendo algo bien.
Estaba guardando sus cosas en su
bolso, preparándose para marcharse a casa cuando de pronto un libro se
interpuso en su camino. Confundida, levanto la mirada, buscando a la persona
que dejo el libro ahí. Su mirada se encontró con la espalda de Cinna y, cuando
éste sintió sus ojos clavados en su espalda se giró ligeramente para observarla
sobre su hombre, regalándole una pequeña sonrisa antes de marcharse.
Cuando Katniss bajo la mirada, examinó
el libro, frunciendo el ceño.
El título rezaba “Como matar a un charlajo”
Abrió el libro y dentro de ella
había una carta. Se podría decir que en el momento en que sus ojos absorbieron
el contenido de la carta, fue uno de los momentos en el que se produjo un gran
cambio.
O quizás, fue el momento en que empezó
a leer el libro.
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