Cap IV - Viva la vida

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Defiéndeme;
dentro de tus llagas escóndeme
Y no permitas que me aparte de ti
(Oración a la Virgen María)

Capítulo IV

La mañana del día siguiente había llegado. Edward observaba, no sin cierta diversión como Emmet se retorcía en su lugar como si fuera una lombriz tratando de salir a superficie en su sofá, sin coger aún el valor suficiente para dirigirse a la puerta y enfrentarse con su destino. Pero se veía demasiado carcomido por sus propios demonios para moverse del lugar.
Edward ya le había aconsejado que debiera tener fe en su amor por ella y que, cuando partiera en su búsqueda al día siguiente tenía que confiar en lo que le tenía deparado el destino, que lo que tenía que ser sería. Si su felicidad estaba con ella, entonces no tenía nada que temer. Claro que todo esto le había dicho de forma más varonil, con menos rimas y adornos en sus palabras, y sin irse por las ramas para que Emmet le comprendiera. Tampoco había incluido la palabra fe y confianza para que su amigo no lo molestara alegando a que tenía tendencias homosexuales, todavía sin nombre en esa época.
“Emmet, probablemente deberías dejar de retorcerse en mi sofá, antes de que le hagas agujeros” le dijo con una sonrisa burlona que disimulo cuando éste le fulmino con la mirada.
“Es que tú no lo entiendes. ¡Es Rosalie Hale, la princesa del hielo! ¡Esa chica es capaz de hacerte dudar si es que en realidad tienes huevos cada vez que hablas con ella!” exclamó exasperado, haciendo gestos en el brazo y hablando con un mohín permanente como un niño pequeño.
Edward se mordió el labio para reprimir una carcajada, pero arqueo una ceja por su selección de palabras “Por algo la habrás elegido, supongo. Así como por algo ella no habrá gastado su tiempo en ti solo para hacerte dudar de tu masculinidad. Si es tan vanidosa como yo estoy suponiendo, no me imagino mejor persona que tú para apaciguarla” se encogió de hombros “Y Emmet, no digas huevos delante de ella, al menos que planees preguntarle donde se guardan para hacerte el desayuno. Por favor”
Su amigo rompió en carcajadas, pero a diferencia de siempre, éste sonó como una risita aguda y nerviosa, y no estruendosa. Patético.
“Emmet, deja de torturarte. Solo impresiónala con una propuesta que no sea capaz de resistir… completamente vestido” agrego al ver que abría la boca para agregar algo “Y hazlo ahora para llegar allá al atardecer para poner en marcha tu plan, antes de que yo me compre todos los argumentos tan favorables que me has dicho de la señorita y sea yo el que salga a proponerle matrimonio”
Los ojos de su amigo ya oscuros de por sí, se ennegrecieron aún más de ser posible, destellando una chispa de furia en sus pupilas. Pero Edward no tenía miedo de su amigo oso, quizá porque era lo suficientemente ignorante para no sentir ningún tipo de emoción no complaciente frente al peligro. Quizá era por cuestión de agallas u orgullo varonil, o por su naturaleza de intrépido. Pero el caso era que lo hacía solo para picar a su amigo para que se pusiera los pantalones y fuera de una vez por su chica.
“Eso ni de broma, Masen. Me importa un rábano que seas el rey de China, ella es mía” gruño entre dientes.
Edward ni se inmutó “Entonces deja de tratar de intimidarme y ponte los malditos pantalones” termino con una enorme sonrisa.
Emmet lo fundió en un enorme abrazo de oso bastante apretado, y lo zarandeo un par de veces por el aire antes de soltarlo y salir corriendo por la puerta, sin dejar de reír abiertamente.
“¡Te mandare las invitaciones en una semana!...” gritó sobre su hombro, mientras se perdía en el coche que Edward le había prestado para llegar más rápido.
Edward se dejó caer sobre el sofá y suspiro con suficiencia, ignorando la sonrisa tierna que estaba recibiendo de parte de Bella en lo alto de las escaleras. Quizás eso se debiera a que él no podía visualizarla tal como podía en las tenebrosas penumbras, lo que le hacía dudar una vez más de si se trataba de una ilusión descarada de su mente o de si su existencia era verdadera.
Con una velocidad inhumana, Bella corrió por las escaleras y cerró las persianas y cortinas de las enormes ventanas, al igual que puertas o cualquier otro lugar por donde podía entrar el mínimo rayo de luz. Edward saltó un poco asustado en su lugar cuando todo volvió a quedar en penumbras en cuestión de segundos. Contuvo el aliento cuando vio a Bella sentada cómodamente a su lado con una tierna sonrisa y un brillo travieso en su mirada, y volvió a poner en tela de juicio su existencia.
“Hola…” susurró ella, con voz tan dulce como el de una niña.
“Dios Santo… Bella, si vuelves a hacer eso vas a provocarme un episodio”
“Lo siento” se encogió de hombros “Me emocione…”
Edward sacudió la cabeza y algo asombrado, recordó la conversación de hace una noche, cuando Bella le contó abiertamente que no estaba viva. Lo había observado con la naturalidad con que solo podías decirle algo a alguien al que confías y conocías desde ya un tiempo. Su voz segura lo había corroborado.
Edward se cuestiono una vez más de la existencia de su cordura cuando ella había terminado de hablar, y no había salido huyendo despavorido de la casa. Tampoco se le habían escapado carcajadas histéricas. Se le habían puesto los vellos de la nuca de punta, pero huir de ella no había pasado por su cabeza ni siquiera de refilón. Se cuestiono durante unos segundos la mínima existencia de su juicio, tanto como aquel sentimiento cautivante que lo había embrujado en ese momento, que lo hacía dudar con tanta fiereza de sus sentimientos. No deseaba desaparecer de su presencia. La había tan frágil y temerosa en ese momento que solo deseo protegerla, sin saber muy bien porque.
Abandonarla, no era una opción.
“Estás loco” dijo ella en un susurro, como si estuviera siguiendo su misma línea de pensamiento.
“Naturalmente estoy de acuerdo, pero ¿a qué te refieres exactamente?” susurro también, como no queriendo romper el encanto.
Bella negó suavemente de manera desaprobadora, pero extendió su mano para cubrir la de Edward con la suya. La calidez que fluyo a través de su piel le resulto abrumadora, pero fue dulcemente bienvenida.
“No entiendo cómo puedes seguir a mi lado después de saber que yo no soy una humana, ni siquiera estoy viva” le tembló el labio levemente “Seguramente tienes un trastorno. Si, debe ser eso…”
“Que Emmet me haya interrumpido ayer el momento más crucial de nuestra conversación me ha evitado  enterarme de lo que realmente eres. Quizá esa sea una de las razones por las cuales aún no estoy asustado con lo que acabo de ver… tal vez sea porque aún no me lo termino de creer”
“Yo…yo no estoy viva, Edward… Ya no más. Y-yo…” susurró Bella esa noche pasada, en medio de respiraciones. Sus ojos se ennegrecieron peligrosamente a una velocidad alarmante, haciendo su expresión sombría “Pero jamás osaría siquiera en hacerme pasar por un fantasma, esas criaturas tan despreciables…”
Edward frunció el ceño, no comprendiendo muy bien las diferencias. Quiso preguntar…
“¡Eddie, mis tripas rugen como leones enjaulados!” había gritado Emmet abriendo de la nada la puerta del cuarto. Frunció el ceño cuando encontró el lugar a oscuras recorriendo con la vista. Sus ojos se pararon justamente en el lugar donde estaba sentada Bella, y por un momento parecía que la estaba observando a ella de verdad. Edward se tensó en su lugar, pero descarto la idea cuando se volvió a él con una amplia sonrisa. “¿Se te acabaron las velas?”
Edward fulminó con la mirada a su amigo tanto por la interrupción en el menos oportuno como por la mención de aquel despreciable apodo. “Vayamos a la cocina, Emmet. Estoy seguro de que Ángela ya habrá preparado algo” gruño entre dientes.
Se giro hacia Bella para advertirle que eso no se quedaría allí, pero lo único que visualizó fue su larga cabellera castaña perdiéndose entre las cortinas de la ventana.
“Aún no me has respondido” dijo él, volviendo al presente.
Ella se levantó del sofá, dispuesta a hacer su ya característica huída de él como siempre lo hacía cuando se sentía abrumada o la situación la colocaba entre su propia espada y pared personal. Pero por primera vez, Edward fue más rápido. Como si le estuviera leyendo la mente, la tomó del brazo de una manera tan firme que la sorprendió, y la obligó a volver a sentarse, lentamente. Su verde mirada penetrante puso su mente en blanco por unos minutos “No te me vas a escapar esta vez. Oh no, dulce Bella, tú vas a empezar a hablar”
Algo en su mirada la inquieto y le hizo querer hablar. Es porque en cinco años es la primera persona que se da vuelta a mirarte se regaño en su mente. Era consciente desde que era una simple humana de que todos necesitamos recibir amor. Creyó que era un mero sentimiento estúpido que los mortales albergábamos para no prescindir de la atención de los demás hacia ellos, en el más crudo de sus momentos, pero con pesar se daba cuenta ahora que estaba equivocada. Todos necesitamos amor… incluso ella, si no quería acabar convirtiéndose en un fantasma…
No. Ella odiaría eso con verdadero fulgor. Si confesarle todo a ese simple mortal que tan confundida traía su mente y que tanto la atraía como si se tratara de un imán, ella lo haría sin rechistar.
Su rostro permaneció inmutable, casi sombrío. “Soy un alma” juro con solemnidad.
Frunció el ceño “¿Y cuál es la diferencia entre ser un alma y ser un fantasma?” preguntó él calmadamente.
Pregunto él tan calmadamente, que por un momento Bella sintió miedo. ¿Acaso en verdad estaba loco?
“Bueno… un fantasma es un ser desterrado, uno lleno de rencor en su alma a quiénes se le es negada la entrada tanto en el cielo, como en el infierno debido al incumplimiento de algún acto divino” dijo titubeante. “Un alma, es un ser incapaz de entrar al cielo porque le es imposible hallar el descanso eterno. Siempre hay algo inconcluso o un acto de injusticia tan fuerte hacia ellos de cuando eran humanos, que no pueden evitar quedarse atados en la tierra hasta encontrar su propia paz. Todos merecemos justicia”. Bajo su rostro para ocultar su expresión de profunda tristeza.
Entonces ella espero, la supuesta reacción temerosa del muchacho, que tanto estaba esperando. Al fin iba a manifestarse. Espero un minuto, dos, tres… sin embargo, el seguía con su mirada inescrutable fija en el vacío, en algún punto sobre su cabeza.
Edward terminó asimilando un momento sus palabras. “¿No puedes… encontrar la luz?” dijo recordando los relatos surrealistas que había escuchado de Gertrudis. La duquesa de Masen siempre lo reprendía de crédulo, pero ahora mismo era imposible no serlo.
“¿Quién te dijo algo así?”
“Mi ama de llaves”
Bella rió armoniosamente, pero asintió. “Si, algo así”
Edward se quedó unos minutos en silencio, digiriendo todo lo que acababa de escuchar. Huir no era una opción. Observo inescrutable ese par de orbes castaños, y se sumergió en unos pozos castaños tan profundos que ni siquiera hubo cabida al desconcierto. ¿Las almas pueden hipnotizar? Se preguntó fascinado al notar la calidez como chocolate derretido alrededor de sus pupilas.
“Hasta donde yo sé, cada alma muestra la verdadera cara de las personas. No hay manera de ocultarte bajo máscaras, porque eres el reflejo de ti mismo. No hay espejos, ni ilusiones” dijo ella, demostrándole que lo había dicho en voz alta. El calor subió a las mejillas del joven “También estamos tan conectados a la Tierra, que no hay cosa natural que no podamos hacer. Como una gacela corre, como un halcón oye…” dijo meditabunda, pero se cayó cuando se dio cuenta de que estaba hablando en voz alta.
Edward ni siquiera pestañeó.
“No me importa” respondió, como siguiendo bajo su embrujo. Ella interpretó bien el verdadero significado de sus palabras.
“¿Qué demonios estás diciendo?”
“He dicho; que no me importa lo que seas. Voy a ayudarte”
Ella se levantó abruptamente del sofá buscando poner distancia, rompiendo con el encanto de sus ojos. “No sabes lo que dices”
“Déjame ayudarte”
“Esto no se trata de una obra de caridad en la cual solo puedes participar y luego retirarte sintiéndote satisfecho de haber puesto tu parte. Este no es tu asunto, Edward. Es el mundo de los muertos”
“Dijiste que no podías encontrar la luz” dijo él ignorando olímpicamente sus palabras anteriores “También dijiste que a las almas se las ataban a la tierra por distintos motivos… yo creo que es una injusticia” ella se tensó “Déjame ayudarte a encontrar esa luz”
A la castaña se le cortó la respiración en ese momento. Estaba segura que de necesitar respirar, su rostro se habría puesto morado en ese momento por la falta de oxígeno. De haber tenido un corazón caliente en su pecho, este habría acelerado sus latidos llenándose de dulce esperanza.
“Déjalo ya…”
“No” se negó rotundo.
“No voy a ser el caso de caridad de nadie, Edward. Y no quiero que te sientas obligado a hacer nada que tú no desees solo porque se trata de la chica extraña que anda invadiendo tu hogar. No lo hagas solo por querer librarte de mí…”
Él le regalo una sonrisa torcida, que inevitablemente la dejó deslumbrada. “Tonterías. Eres la cosa más impresionante que me ha pasado en toda mi vida”
 “Aún me siento tu caridad” susurró. “¿Ni siquiera estás un poco asustado?”
“Ni siquiera un poco” se sinceró. “¿Acaso debería?”
En su mente pasaba distintas emociones a gran escala. ¿Euforia? La verdad no. Ira, definitivamente. Compasión, tal vez. Ternura, probablemente. Tristeza… definitivamente tal vez. Profunda tristeza por saberla no viva… Miedo, jamás.
Pobre criatura.
“Eres increíble. La mitad de la gente no se lo tomaría… tan bien, como tú. Estoy segura de que más de uno estaría calculando la manera de meterme en una hoguera y de qué manera sería posible de que un fuego me mate… Bueno, tú entiendes.”
Edward no pudo contener su risa al ver su expresión de complejo. “¿Qué acaso no te podían ver?”
“Tienes razón. Pero aún así tú reacción es… increíble. Te estoy viendo actuar y aún así no me lo termino de creer” negó fervientemente “No todas las personas tienen la suerte o la maldición de creer con suficiente convicción en nosotros para visualizarnos, pero si lo hacen, no reaccionan tan bien”
¿Todas las almas son así de hipnotizantes… o solo eres tú?” pensó idiotizado cuando vio un ligero rubor en sus mejillas. Algo debió haber pasado por su cabeza. La curiosidad que sintió por saber que pasaba por su mente en ese momento fue casi insultante. Pero no se animó a preguntar.
“Entonces, me dejarás ayudarte” afirmo él, como quién no quiere la cosa.
Al instante el rostro de Bella volvió a ensombrecerse. “No. Mi asesinato es algo en lo que no debes involucrarte, Edward. No hay manera de que alguna vez consiga paz para mi” dijo ella con pesar, contemplando como Edward habría los ojos como plato.
Asesinato.” Repitió el con tanta amargura y rabia que Bella retrocedió instintivamente, viendo el rostro de Edward desfigurarse por la rabia. La habían asesinado. “Entonces es una maldita injusticia…”
Ella estaba muerta, porque un maldito desgraciado se atrevió a ponerle las manos encima.
¿Cómo es que un ser humano puede ser tan insensible para pesar siquiera en lastimar a tan tierna y frágil criatura como la pequeña castaña que tenía frente a sus ojos? Los seres humanos somos los únicos monstruos, recordó las palabras de su madre. Nosotros que cazamos animales argumentando que solo son eso; animales… como deporte y no por necesidad, que matamos a otras personas como nosotros. Los animales lo hacen por instinto. Nosotros, lo hacemos por odio o venganza.
“¡Joven Edward!” lo interrumpió una voz ronca por la edad. “Joven Edward, ¿está usted ahí?”
La castaña abrió los ojos como plato al reconocer esa voz, y Edward no pudo evitar imitarla, cuestionándose el porqué de su acción.
Bella corrió a abrir las ventanas, puertas, cortinas y persianas de vuelta para evitar cualquier observación sospechosa mientras Edward trataba de apaciguar su interior. Todo eso lo hizo en lo que dura un latido, y los ojos mortales de Edward solo pudieron contemplar un borrón blanco y castaño. Para cuando el ama de llaves ingresó en el salón, Bella ya se hallaba oculta entre las sombras de las escaleras. La sagaz mente del joven solo registró una excusa para su comportamiento; Gertrudis si podía ver a Bella.
No debió haberlo sorprendido tanto, sabiendo que ella siempre había creído en brujas y fantasmas.
“Oh, joven Edward, le ha llegado la correspondencia” dijo ella amablemente. Al joven no se le paso desapercibido la mirada de refilón que le dedico a Bella.
Tomo las cartas que le entregaba, intentando ignorar la sonrisa pícara que se había formado en sus labios. Eran solo invitaciones a almorzar, bailes, fiestas de etiqueta y un montón de fanfarria de la alta sociedad que Edward tanto odiaba, pero que desgraciadamente, no siempre podía evitar.
Pasó los nombres de la carta casi con fastidio Mallory, Stanley, Black, Salvatore, McLeah, Stanley, Stanley, más Stanley…todas familias que deseaban que sus hijas pudieran coger semejante partido como él lo era en los lares de Estados Unidos y Canadá, o que al menos pudieran usarlo a él para hacer crecer su reputación“¿Cómo se llama?” interrumpió su voz. Sonó un poco más ruda de lo que ella deseaba.
Edward alzó la vista para contemplarla con ojos abiertos en par. “¿Disculpa?” dijo, no pudo evitar darle un vistazo a Bella, que se encogió entre las barandas.
El ama de llaves se acerco más a él, pretendiendo que Bella no la oyera. Cuan equivocada estaba… “La niña, joven Edward. He estado tratando por más de dos años preguntarle su nombre, pero siempre ha salido huyendo antes de que pudiera preguntarle”
En menos de un segundo Bella estaba de nuevo al lado de Edward, poniendo su hombro delante de su brazo en ademán protector, frunciéndole el ceño a la señora.
Gertrudis negó con la cabeza mostrando su desaprobación. “Cuántas veces le he ofrecido una ropa mejor, cuántas veces…” murmuró para ella misma “¿Me dirás ahora tu nombre, pequeña niña?”
Edward sonrió abiertamente al ver que la castaña se mordía su labio indecisa “Me parece que solo yo tengo esa suerte…” dijo, muy pagado de sí mismo. “¿Qué decías de su ropa, Gertrudis? Yo pienso que se ve adorable con los enormes pantalones de montar”
“Sabes que la ropa que tiene puesta es tuya, ¿verdad señor?” se quejó el ama de llaves, mientras Bella le regalaba a Edward una sonrisa inocente.
Él aludido se giró hacia ella abruptamente “¿Disculpa?” preguntó sorprendido, pero Bella ya había desaparecido.
Como siempre.
Edward suspiro resignadamente, ya comenzando a acostumbrarse a eso.
“Esto no se quedara así, Bella. Sé que me estás escuchando”

4 comentarios:

  1. Un alma? wauu eso no me lo esperaba jajajaja hay noooooooooooo y encontes como se va a enamorar de un alma edward hay no hay no que extraño me entacanta ajjajaja hay ya quiero saber mas voy a leer el proximo

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. es una gasparinaaa!!! ay un almita pobrecita bella pero xq tan freak?? digo ahora como se enamoran? no es justo!! al menos q ella reencarne en otra persona foaaa q flash toy volando jajaja es tu culpaa me encanta como escribis me encanta todo lo vengo viendo d tu blog :D

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  4. Awwwwww!! Hermoso un Alma!
    Jajaj" Pobre gertrudis tantos alos y no pudo saber el nombre Bella !

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