Cap II - Viva la vida

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Capítulo II

Edward despertó esa mañana algo desorientado. Se fijó a su alrededor y le tomó unos minutos recordar que se encontraba en Ottawa, en su casa para vacaciones. Observó la ventana de su habitación, y entonces el recuerdo de la extraña chica que vio ayer en su cuarto llegó a su mente. Después de encender la luz había buscado por toda la habitación tratando de hallarla, pero su cuarto estaba vacío. Desechó la idea de que hubiera saltado por la ventana, ya que la habitación se encontraba en el cuarto piso. Tampoco creyó que haya salido por la puerta, porque cuando la vio retroceder lo había hecho del lado contrario y la rapidez con la que él había encendido las luces no dejaba cabida a una huída. Resignado, se convenció de que quizás todo haya sido una ilusión, una invención de su mente causada por el cansancio. ¡Pero qué cabeza! ¿Qué hombre imagina a una mujer en pantalones, en un lugar en donde las mujeres visten distintos y pintorescos clases de vestido?
Se arregló unos momentos en el cuarto de baño antes de bajar a la cocina. Una doncella, Ángela, estaba poniendo la mesa con el desayuno que le había preparado. Edward le sonrió cortésmente y le agradeció, indicándole que podía retirarse si gustaba. Unos pocos minutos después su ama de llaves ingresó a la cocina con un sobre en su mano, que le mostró a Edward después de un breve saludo.
“¿Qué es eso, Gertrudis?” preguntó amablemente.
Su ama de llaves le sonrió. “Es una carta de parte de la señora Stanley” hizo una mueca, conociendo los sentimientos de su patrón hacia la dama.
Edward tuvo que reprimir el impulso de poner los ojos en blanco, para no quedar como un maleducado en frente de una señora tan dulce. “Léemela, por favor”
Su ama de llaves obedeció y procedió a abrir el sobre. Carraspeo un poco antes de comenzar a leer.
Joven Cullen:
                            He oído de los vecinos que usted está por aquí de viaje y que nos honrara con el placer de quedarse por unos meses. No me pude resistir correr a  escribir esta carta en cuanto me enteré, para comprobar que fuera verdad. Mi hija no cabe en sí de su euforia por la noticia, y me tomo el atrevimiento de decir que yo también me encuentro en ese estado. Comprenderá usted que como buenas ciudadanas no podemos permitir que su llegada aquí se tome a la ligera, sin darle una bienvenida como es correspondido. Acepte usted mi invitación para comer en mi estancia este mediodía. Es de mí conocer que usted es un caballero muy respetable y un jovencito encantador, y complacerá a esta buena mujer. Lo estaré esperando con las mejores disposiciones.
Tuya.
Señora Stanley.

Edward puso una mueca de fastidio cuando su ama de llaves termino de leer. Tuvo que morderse el labio para evitar reírse en algunas partes, porque no sería correcto. Aunque él jamás fue un joven al que le gustara acatar las reglas. “Está bien Gertrudis, gracias. Me temo que tendré que aceptar esa invitación, por consideración a la salud de los chismosos” suspiró.
A su ama de llaves se le escapó una risita baja. “Joven Edward, trate de no hacer esa clase de comentarios frente a la familia Stanley. Aunque estoy segura de que si esas dos mujeres son tal como me lo habías descrito, dudo que capten la ironía de su crítica”.
La ama de llaves se retiró un poco después de eso de la cocina, dejando a Edward terminar su desayuno. Un poco después Edward se retiró de la cocina y se dirigió a su habitación para cambiarse ropa. Optó por un traje casual; pantalones marrones, camisa verde, y un saco a juego con sus pantalones. Se encontraban a finales del siglo XIX, y Edward parado frente a un espejo pudo comprobar la velocidad con la que pasaba los tiempos.
El tiempo pasó mucho más rápido de lo que Edward deseaba, por lo que pronto el reloj marco las doce del mediodía. Se subió al coche y el chofer le llevó por las anchas calles de la ciudad hasta el hogar de los Stanley, a unos barrios más adelante del suyo.
Llegó hasta los portones de la propiedad y trató de no poner una cara de amargado compungido cuando llamó a la puerta. Un criado salió a atenderle y lo condujo hasta la entrada de la casa, en donde la señora Stanley no tardó en abordarlo. “¡Joven Cullen! ¡Que alegría que aceptara nuestra invitación! ¡Jessica, ven acá!” chilló la señora, acercándose a Edward para abrazarlo.
Edward notó como pegaba cada curva de su cuerpo al suyo, y sintió un malestar en la boca del estómago. Trató de separarla de su cuerpo con la mayor cortesía posible.
“Buenas tardes, señora Stanley” le sonrió.
“Oh, no. Puedes llamarme Margaret”
“Por supuesto, señora Stanley”.
Jessica Stanley bajó por las escaleras unos minutos más tarde. Sus ojos se iluminaron cuando vio a Edward parado en el recibidor de su casa, y se acercó tímidamente al lado de su madre.
“Buenas tardes, señor Cullen” saludo en un tono aparentemente tímido. Edward asintió y le correspondió de la manera correspondiente, antes de que la señora Stanley lo invitara a pasar al comedor.
Los criados sirvieron la carne y la sopa mientras la señora Stanley parloteaba sobre las maravillas del barrio y de su única y joven hija, pero Edward ni se molestó en atender, por lo que no entendió ni pío. Para él solo se escuchaba una voz chillona que alzaba más octavas de la normal de la emoción y se parecía a un pitogue*. Él solo se limitaba a asentir como un autómata.
*(Pitogue: Pájaro tradicional del Paraguay, característico por su canto fino y su plumaje de tres colores)
Odiaba estas cosas.
Se despidió amablemente de las señoras a eso de las cuatro de la tarde, una vez que su agarre estuvo reducido a polvo y no pudo soportar una sola palabra más de alabanza hacia Jessica Stanley y lo buena suegra que su madre podría ser. Aunque estas claro no fueron tan directas.
“Señor Cullen” dijo Jessica cuando este estaba saliendo. “Vuelva pronto, señor Cullen. Lo estaremos esperando” sonrió pasándose la lengua por los labios en un gesto que intento ser seductor.
¡Ja! pensó Edward, ¡Y quería que me tragara el cuento de que era tímida!
“Volveré cuando pueda, señorita Stanley”  se despidió con una leve inclinación-
Me corto las venas antes de volver, se dijo así mismo. Aunque eso no era necesario agregar en voz alta… 
El coche de Edward llegó a su casa cuando el cielo comenzaba a oscurecerse. Él considero de que quizás haya salido de la casa de los Stanley ya entrada la tarde y se dio cuenta que aguantar a esas mujeres todo el tiempo que él lo hizo era un nuevo record. En la ciudad la única familia que recordaba igual o más molestas que esas mujeres era la familia Mallory.
Entró a la sala y en la mesita le esperaban unos panquecitos que seguramente Ángela le habrá preparado. Aunque él ya había tomado el té en su visita, no comió casi nada por temor a vomitar frente a las damas ante la imagen de Jessica y él uniéndose en santo matrimonio. Simplemente eso era más de lo que su estómago estaba dispuesto a soportar. 
Así que se comió los panquecitos de buena gana sentado en el sofá con la vista fija en el reloj. Unos minutos después se levantó del lugar y con su bandeja de panques se dirigió al salón en donde estaba su adorado piano de cola. Era un antiguo piano negro  de cola que había estado en esa casa hace más de treinta años. 
Edward dejo la bandeja de panquecitos sobre el piano antes de sentarse. Hace unos cuantos meses que no tenía tiempo para tocar su adorado piano y demonios si no lo extrañaba.
Comenzó primero calentando los dedos, tocando algunas notas simples y escalas. Toco la escala en fa sostenido hasta que poco a poco comenzó a transformarse en una melodía delicada y suave, pero no alcanzaba a ser una nana.
Era la canción de Elizabeth.
Edward recordó que había escrito esta melodía a la duquesa de Masen hace cinco años, cuando estaba jugando con unos amigos en el jardín. Hicieron una apuesta de quién podía subir el mango a la copa más alta y el intrépido Edward de doce años en ese entonces, no pudo contenerse a la hazaña frente a sus ojos. Para su mala suerte la rama en donde se apoyaba no era lo suficientemente resistente para soportar su peso y calló antes de alcanzar la altura deseada, pero aún así la altura era suficiente para que la aventura terminara en una herida. Se rompió una pierna.
Elizabeth corrió a socorrer a su pequeño hijo y no se despegó de él en todo lo que duró la visita del médico y el resto de la noche. A partir de los mimos y las canciones de cuna con las que su madre le arrullo hasta que se quedó dormido había surgido aquella canción; la nana de Elizabeth.
Se interrumpió en sus pensamientos cuando visualizo una sombra blanca en la penumbra del salón. Por un momento Edward no pudo terminar de creérselo, por lo que cerró los ojos y los volvió a abrir esperando que se tratara de otra ilusión que se esfumaba con el viento, al encontrar un poco de cordura a la que aferrar la vista. Pero en lugar de eso volvió a observar atónito aquel nubarrón blanco que resplandecía en la oscuridad.
¡Es ella! Gritó su conciencia.
Y no había verdad más cierta para sus ojos en ese instante. Porque si se había vuelto loco en ese momento, abrazaría la locura con dulzura, porque frente a él se encontraba la misma extraña chica de la noche anterior danzando al compás de su melodía. Y se veía aún más hermosa de lo que recordaba.
La forma delicada en la se movía, más grácil que cualquier otra bailarina que haya visto – en algunos de los recitales que su madre le haya obligado a ir, más dulce y elegante incluso que cualquier otra criatura volviendo envidiosos a los mismos cisnes. Fácilmente podías olvidar la deplorable vestimenta, porque se veía tan bella para Edward que consideró un pecado interrumpirse en ese momento.   
Observó hipnotizado sus movimientos mientras sus dedos ejecutaban la melodía con maestría. Tal era su letargo que ni se dio cuenta cuando las notas de la canción fueron cambiando, hasta convertirse lentamente en una melodía nueva y hasta ahora desconocida por el autor. Esta era más suave, pero contenía escalas más rítmicas que obligaron a su extraña acompañante a cambiar sus movimientos por otros más movidos y vivaces.
Edward apreció sus volteretas y acrobacias, sus vuelos por los aires y los movimientos delicados de sus pies descalzos, hasta que contra su voluntad, la canción fe acabando.
Ella dio un último giro y quedó en una pose final como una auténtica bailarina cuando las notas finales resonaron en el ambiente. Se quedó observándola por unos minutos, tan expectante como ella, que al parecer esperaba otra composición.
“Hola” dijo él finalmente.
Ella levantó la cabeza automáticamente y clavó su mirada atónita en él.
Él comenzó a acercarse lentamente a ella, que al ver que no retrocedía ni lo repudiaba comenzó a ganar confianza. “Me pareció haberte visto ayer” ronroneó arqueando una ceja.
Ella abrió los ojos en par cuando él se paro enfrente de ella y levantó una mano hacia el aire, como si quisiera tocarla.
De pronto, ella comenzó a correr hacia el lado contrario dejando a Edward atónito en su lugar. Un frío aire traspaso su cuerpo cuando la vio huir, calándolo hasta los huesos. Pero no dudo un segundo en seguirla ya que esta vez la vio huir hacia la escalera y sonrió como el gato de Alicia en el país de las maravillas de anticipación. La atraparía esta vez.
 De vez en cuando visualizaba mechones de su cabello castaño cuando tomaba curvas o puertas al azar, como si estuviera en un laberinto. Grande era la sorpresa de Edward cuando entraba en una habitación creyendo tenerla atrapada cuando ella mágicamente desaparecía, apareciendo en el lado completamente opuesto del piso. ¿Cómo lo hacía? Él notó que ella era notablemente rápida, pero parecía desaparecer de repente como arte de magia. Tampoco le pasó por alto el hecho de que en ningún momento ella buscaba abandonar la casa, no buscaba salidas, si no la evasión.
Fue cuando entró a una habitación en el cuarto piso que realmente ella ya no tuvo escapatoria. Edward aún ignorante a ese detalle, reconoció aquel cuarto como suyo, y entró en él encorvado y con todos sus sentidos alertas.
Sus mejillas estaban arreboladas y su pecho subía y bajaba de manera inconstante por el ejercicio, pero si tenía que volver a correr tras de ella, estaría listo. Como un león acechando a su presa.
A un pequeño y tierno cordero pensó cuando la tuvo frente a él, parada frente a su cama con expresión cautelosa. Casi se le salen los ojos de la cara cuando visualizó su piel tan blanca como antes y su respiración constante, aún después de todo el ejercicio. Como si no se hubiera cansado ni siquiera un poco. La postura tensa en la que aguardaba no ayudaba a disimular su expresión entre cautelosa y asustada.
“¿Me vas a decir ahora quién eres y porque entraste a mi casa?” frunció el ceño “¿Y por qué huyes de mí?”
Habló amablemente, pero en su voz había autoridad.
El miedo y la cautela desaparecieron totalmente de su rostro dejando solo el esceptismo. Parecía que se echaría a reír en cualquier momento. Edward avanzó hacia ella con la firme intención de tocarla, cuando ella notó sus intenciones y lo esquivo hábilmente, con una velocidad que lo sorprendió.
Ella frunció el ceño. “¿Cómo es que puedes verme?” susurró, más para ella que para él.
Su voz había sonado a sus oídos suave e irreal, pero viva como el repicar de campanas.

1 comentario:

  1. hayyyy sera un fantasma que interesanteeeeeeee hay ya voy a leer el proximo jejejeje
    me encanta

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