Chasing Cars - Capítulo 5.

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I remember the time i knew what happiness was
Let the memory live again
Every street lamp seems to beat
A fatalistic warning

~Memory, Barbra Streisand

Capítulo 5.

No recordaba la última vez que las palabras abandonaron mis labios. El invierno había llegado, y lo había hecho con fuerza.

La mayor del tiempo, no importa que tan abrigada esté, ni que tan caliente mi cuerpo se encuentre, mis manos estaban heladas. Así que me gustaba encender la chimenea, sentarme sobre la alfombra y extender mis brazos hacia las llamas, para calentar mis manos. Era una actividad que podía disfrutar mientras mantuviera mi mente ocupada, o en blanco.



Generalmente, las llamas estaban tan relacionadas con mi pasado, que era imposible impedir que malos recuerdos traten de captar mi atención. Pero mientras los recuerdos no sean muy intensos, no eran del todo indeseados. La depresión era un sentimiento que en estos últimos meses, me visitaba con tanta frecuencia que se había convertido en parte de mi rutina, por lo que de alguna manera, lo encontraba reconfortante.

Pero estaba sola.

No sé porque el pensamiento acude tan seguido a mi mente. Quizás se debe a que antes de la nieve, había otras personas aparte de mí que entraban y salían, aunque yo no lo notase en ese momento. En una parte de mi mente, tenía esa certeza, por lo que suponía que resultaba en algún tipo de sentimiento relajante como resultado.

Había días en el que la tormenta estaba tan fuerte cuando despertaba, que no podía abandonar mi casa. Sin embargo, en algún momento del día aparecía comida en mi mesa. No tengo idea de cómo se las arregla.

Pero en estos momentos, la comida ya no me brindaba tanto confort como antes, porque me sentía sola. Quizás tuviera algo que ver con la depresión que me traía no poder salir de mi casa y tener que estar todo el día sola con mis pensamientos, pero que él se ocupase de que comiera ya no era suficiente.

La necesidad de una distracción superaba las dudas y miedos que un momento con el chico del pan me podía dar.

No se trataba de él, pienso. Si no del contacto humano de alguien que pueda entender lo que estoy pasando.

Así que yo no hablaba. Estaba sola todo el día, todos los días, por lo que era lo más lógico.

No le veía sentido a expresar mis pensamientos en voz alta por el simple hecho de llenar el silencio, de hacer funcionar mis cuerdas vocales. Los minutos se transformaban en horas, las horas en días, los días en semanas y lo más cercano a una interacción que tengo es la de mi voz mental cuando pienso en que puedo hacer después.

En uno de esos días, buscando alguna distracción termino en una habitación, abriendo una caja, encontrando recuerdos.

Ignoro los sentimientos que se apoderaron de mí cuando empecé a tirar las cosas contra las paredes, lejos de mi vista, hasta que mis dedos se congelaron al agarrar el libro de plantas que había pertenecido a mi padre. Entonces notó que mi pecho sube y baja frenéticamente, y que mis mejillas se sienten húmedas.

Observo el libro por un momento, hasta que decido ojearlo. Leo las descripciones debajo de los dibujos de las plantas, aunque no hubiese una razón lógica, ya que me lo sabía de memoria.

Me golpea el pensamiento de que Peeta me había ayudado a dibujar las plantas y mis dedos se aprietan contra el libro, algo cálido comienza a surgir en mi pecho. Pero no es el tipo de sentimiento que hace que tus músculos se relajen, tu cuerpo se sienta más liviano y los buenos sentimientos salgan a flote. Es el tipo de cálido que quema, tensa tus músculos y te hace desear gritar y romper más cosas.

No grito, ni rompo nada, pero lo maldigo de una y mil veces dentro de mi mente.

Otra desventaja de no poder distraerme, era que la soledad  y la falta de cosas por hacer me daban demasiado tiempo para pensar, lo que siempre terminaba mal.

Las manos comienzan a picarme por el deseo de materializar mis sentimientos de alguna manera. Así que arrojo el libro con violencia contra la pared, pero no es suficiente. Vuelvo a recoger el libro y vuelvo a arrojarlo hacia el otro lado de la habitación, entonces vuelco también la mesa de luz que está a mi alcance. Me doy cuenta que mi liberación es como el fuego. Si le agrego más leña al fuego, éste crecerá y si no tengo cuidado, podría consumirme completamente. No podía combatir el fuego con el fuego.  No podía permitirme volver a quemarme.

Mi mente retiene ese pensamiento mientras bajo por las escaleras y me dirijo a la sala. El fuego de la chimenea estaba encendido, invitándome a acercarme a su calor. Me siento frente a la chimenea y levanto las manos, dejando que las sensaciones me invadan, concentrándome en otras cosas para no hacer algo como ponerme a llorar. Pero todo es inútil.

Cierro los ojos y la veo. Pelo rubio. Fuego. La oscuridad. El vacío. El deseo de querer dejarme llevar. Dibujo su rostro en mi mente y me doy cuenta de que fácil sería para mí dejarme llevar en éste momento. La facilidad era incluso peligrosa, considerando el estado en el que me encontraba ahora.

Sin darme cuenta, el calor que me proveía el fuego de la chimenea comienza a ser demasiado intenso. Cuando abro los ojos,  me doy cuenta de que mis manos están dentro del fuego, como si inconscientemente desearan acariciar las llamas.

Retiro mis manos, pero no siento el dolor. Siento el pecho pesado, el cuerpo desgastado, un nudo en la garganta y los ojos me escocen, por lo que trato desesperadamente en concentrarme en el dolor de las quemaduras de mis manos, porque cualquier dolor es lejos más tolerable que el dolor que me invadía cada vez que la realidad me golpeaba. El dolor de saber que la he perdido para siempre.

Soy la chica en llamas.

Aporté la chispa que encendió el país en llamas… Pero terminé quemándose en el proceso.

Retrocedo arrastrándome por el suelo, hasta que mi espalda toca el sofá y recuesto mi cabeza contra el almohadón. No puedo evitar que una lágrima caliente se deslice por uno de mis ojos, aunque ésta vez no le siguen sollozos descontrolados. Es más, me siento calmada, aunque ésta sea una calma insoportable.

Cuando vuelvo a cerrar los ojos, no puedo evitar quedarme dormida.

Mis pies están descalzos. Puedo sentir la suavidad de la arena debajo de las plantas, haciéndome desear doblar mis dedos para sentir los granos deslizarse entre ellos. Un escalofrío recorre mi espalda y mis brazos desnudos al sentir el viento helado, pero a al subir la mirada, puedo notar que es un día soleado. Aunque ya era estaba por oscurecer.

Sin saber que más hacer, comienzo a caminar, dejando mi vista vagar por el lugar. Lo primero que llama mi atención es el mar, con el agua tan cristalina que podías ver el cielo reflejado en ella, como si fuera un espejo.

Inconscientemente comienzo a caminar en su dirección, como atraída por el algún iman oculto entre las aguas. Mis pies se sumergen en el agua y mis dedos se hunden en la tierra, haciendo que de pronto, me sienta tranquila. Mi pecho aún se sentía pesado, pero el nudo en mi garganta era menos notorio. Me siento, mojándome la parte trasera de mis pantalones, pero no me importa. Es un raro momento de tranquilidad, no del tipo que da lugar antes de la tormenta, si no del tipo que aparece después de ésta haya terminado.

Entonces veo una piedra rebotar en el agua una, dos veces, antes de hundirse completamente. Luego veo otra. Y otra. Confundida, me giro para ver quien me estaba haciendo compañía, entonces lo veo, aunque él no está mirando en mi dirección.

Algunos rizos estaban tan largos que le cubrían casi todo los ojos, logrando darle una apariencia de cabizbajo con más facilidad. Sus hombros estaban caídos, sus brazos apoyados sobre sus rodillas que estaban atraídas hacia su pecho. Bajo un brazo, palpando algo a su lado, entonces, levantándolo lo flexiono y con un movimiento de muñeca, otra roca salió disparada al mar, rebotando dos veces antes de hundirse completamente.

                Subo mis rodillas y apoyo mis brazos en ellas, imitando su posición. Surge en mí una inesperada necesidad de hablarle, pero aunque me esfuerzo, no se me ocurren palabras.

                Me quedo por varios minutos, solo contemplándolo. Se veía tan apagado, tan falto de vida…. Pero dudaba que yo me viera un ápice mejor. Quizás, me veía incluso peor.

Cuando otra persona vino, el sol ya estaba por ocultarse completamente. Era alta, pero lo que más sobresalía era su cabello, largo hasta unos dedos más de la cintura. Tomo asiento casualmente al lado de Peeta, con una sonrisa de lado.

Contemplo el cuadro que forman los dos, uno apagado y la otra tan casual, tan normal. Siento mi cara contraída en una mueca irritante y cuando me doy cuenta, me relajo. Me levanto de mi lugar y me acerco a ellos, sentándome al lado de Peeta, pero a una distancia considerable. Entonces veo su rostro.

Sus ojos son verdes, pero lo que más llamaba la atención era la cicatriz partía una de sus cejas y terminaba en su mejilla. Era una cicatriz rara, porque terminaba en su ceja derecha y volvía a empezar a unos dos dedos debajo de su ojo izquierdo. No puedo evitar pensar la suerte que tuvo que haber tenido para que lo que sea que la haya lastimado no le haya agarrado ninguno de sus ojos.

-Antes, por las noches no nos dejaban entrar en la playa. Había agentes de la paz en casetas por todas las entradas y cubrían la entrada al mar con cordones. Ellos decían que era por nuestra propia seguridad, aunque en realidad, yo creo que solo estaban evitando que alguien trate de escapar por el agua o suicide.

Peeta no respondió, pero ella siguió.

-No sé cómo han de ser las cosas ahora, no he venido por aquí en un buen tiempo. Lo más probable es que sigan poniendo cordones en la entrada del mar para que los niños que vienen a jugar no traten de entrar, por su seguridad. – se encogió de hombros. – Pero ya está por oscurecer. Supongo que hoy por fin podré averiguarlo.

Peeta se giró a observarla por unos segundos, antes de volver su atención a lo que estaba haciendo antes.

Cuando habla, puedo notar que sus mejillas se tiñen del más ligero tono de rosa. – Discúlpame. Pero realmente no recuerdo tu nombre.

Su tono de voz era más apagado al que yo estaba acostumbrada, pero también contenía tintes de vergüenza.

-Eso es porque no me conoces. Pero yo te conozco a ti. Ayer te vi entrar con cajas en una casa cerca de aquí…. Pues, yo vivo una cuadra más arriba.

-Oh.

-Mi nombre es Kashmire Liliana. – Le sonrió como si acabara de confiarle un secreto bastante divertido. -Pero puedes decirme Lilly.

Peeta asintió, respondiendo en un tono amable.  – Razonable.

-Has de pensar que soy una maleducada. – Siguió comentando, pero no parecía arrepentida. – Pero sé distinguir una persona que necesita ser acompañada apenas la tengo frente a mis ojos. Quizás tú no lo sepas, pero esa es la verdad. ¿Te molesta si me quedo contigo mientras se hace de noche, Peeta? Somos casi vecinos. Tómalo como una bienvenida.

Por un segundo, Peeta hizo una cara, del tipo que una persona hace cuando está cansada de cargar algo, pero sabe que aún no tiene el privilegio de descansar. Pero pareció pensárselo mejor, ya que enseguida volvió a poner una expresión normal. No sonrió, pero su voz seguía siendo amable.

-Me encantaría aceptar tu compañía, Lilly.

La obviedad de que ninguno de los dos se daba cuenta de que yo estaba ahí era tanta que me invade una repentina ráfaga de ira. Por unos momentos, me sorprende su intensidad y me cofunde su procedencia. Había pasado tanto tiempo desde que me había sentido así, que no sabía qué hacer con el sentimiento.

Lilly sonríe, sin agregar nada más. Pero noto que se acerca un poco más a él.

Cuando abro los ojos, lo primero que registro es que he roto mi rutina. Hace tiempo que no soñaba nada así, por lo que me entretengo unos segundos dándole vuelta al pensamiento.

Luego registro un ardor y hago una mueca, fijándome en mis manos. Las palmas estaban rojas y no podía doblar los dedos sin que mis ojos se llenaran de lágrimas. No tardo en descubrir que mientras más estiro la piel de mis palmas, más insoportable es el dolor, por lo que dejo mis manos a mis costados lo más inmóviles que puedo.

Seguía sintiendo un peso en el pecho, pero algo había cambiado. Ahora sentía las punzadas de la ira, tan vívida como en el sueño, burbujeando como si fuera el agua de una caldera esperando el momento clave para  estallar y quemarlo todo.

Este era uno de los momentos en el que me daba cuenta hasta qué punto era inestable.

En un momento de impulsividad, estoy caminado con decisión hacia la puerta, hacia la tormenta de afuera.

Al salir el brusco viento que me recibe me recuerda que estoy desabrigada, haciéndome dudar unos segundos, pero sigo adelante. Todo me golpea de una, dejándome desconcertada.

Estaba cansada de encerrarme, de no poder escapar hacia los bosques, de que nadie me hablara y de pasarme el día entero pensando en mil y una formas para acabar con mi vida. Me lo merecía, eso estaba lejos de ser discutible, pero mi egoísmo, aunque sea por un momento, me impedía conformarme.

Toco su puerta con violencia, haciendo una mueca cuando el dolor en mis palmas vuelve a hacerse presente.

Cuando no hay respuesta, empujo la puerta, sabiendo que rara vez Peeta la trancaba.

Él estaba sentado en el sofá, con una colcha cubriéndole las piernas y un cuaderno en su regazo. Alzó la vista automáticamente cuando entre, sorprendido. Me examinó por unos momentos, con ojos abiertos como platos.

Luego, como si impulsado por un resorte saltó del sofá echando su cuaderno descuidadamente a un lado y tomando la manta, comenzó a avanzar hacia más. Hizo un gesto de dolor al apoyar su pierna falsa, cojeando más de lo normal al caminar.

-¿En qué demonios estabas pensando? Te estás congelando viva. – murmuró, cubriéndome con la manta y pasando sus manos por mis hombros, como si tratara de calentarme.

No me había dado cuenta de que estaba temblando hasta que puso su mano en mis hombros, y no pude evitar sentirme aliviada cuando el calor de la manta llegó a mi cuerpo. Él paso una de sus manos por mi nariz, retirándola tan rápido como lo colocó, como si mi tacto le quemara. Pero me di cuenta de que lo hizo para retirarme un poco de la nieve de mi rostro cuando hizo lo mismo con mi frente, mis mejillas y la parte de arriba de mi cabeza.

¿Para qué había venido?

Sabía que estaba enojada. En mi sueño él hablaba con una desconocida, pero no estaba visitando a Annie a pesar de estar en el mismo distrito. ¿Pero era por eso que estaba enojada? Yo no me creía con la fuerza de poder verla, sobretodo embarazada. Estaba bien con los recuerdos que me torturaban cuando estaba sola, no necesitaba agregar los que seguramente vendrían con su presencia, además de culpa. Quizás solo estaba enojada porque hasta en mis sueños él tenía más contacto humano de lo que yo había tenido en semanas.

Quizás tenía frío, estaba deprimida, tenía las manos quemadas y no sabía nada.

-¿Quiere que te haga un chocolate caliente? – preguntó él de repente, rompiendo el silencio, con un volumen de voz que no superaba el susurro.

Asiento y él se va a la cocina, sin decir nada más. Me quedo parada unos momentos, sin saber muy bien que hacer. Decido que lo mejor que puedo hacer es darle su espacio, pero tenía ganas de volver a casa, así que me siento en uno de los sofás en silencio, con la manta rodeando mi cuerpo, mirando la nieve caer a través de la ventana. Cuando aprieto la manta contra mi cuerpo, tapándome hasta el cuello, me llega su olor y me hundo más en el sofá, con una sensación de paz recorriéndome el cuerpo, liberando al fin el peso de mi pecho. Y por alguna razón, aquello aguo mis ojos.

Saltó en mi lugar sorprendida cuando siento una mano en mi hombro. Me giro y lo veo parado ahí, observando con ojos cautelosos, como si estuviera calculando cada segundo cerca de mí, abriendo y cerrando las palmas de sus manos. No despego mi mirada de su rostro y cuando se da cuenta, se gira, con las mejillas imperceptiblemente coloreadas. Se dirige a la taza que dejo en la mesa y me la pasa, pero yo frunzo el ceño. ¿En qué momento había llegado eso ahí? Peeta era una persona endemoniadamente ruidosa, pero aun así yo no lo había oído entrar.

-Bebe antes de que se enfríe. – Murmura, por lo que trato de agarrar la taza.

Enseguida me arrepiento. Mis manos manifiestan su dolor y un lloriqueo abandona mis labios. El dolor era peor de lo que pensé.

Peeta frunce el ceño. -¿Qué va mal?  

Sigo notando que esa mirada calculadora, pero también noto que su expresión había adherido un deje de preocupación.

No quiero darle explicaciones, por lo que le muestro mis manos. Pero él tampoco me las pide. Por la expresión en su rostro, parece entender a la perfección.

Deja la taza en la mesa y murmura un ya vuelvo, antes de volver a desaparecer. Cuando vuelve, coloca una pajilla dentro de mi taza y me pide mis manos. Dudo, pero termino dándoselas, porque no encuentro motivos para no hacerlo.

Con cuidado, deposita una pomada en mis palmas y el alivio es inmediato.

-Se aseguran de que tenga un botiquín decente, por las dudas. Cada vez mes, cuando llega el tren me envían una caja con mis medicinas y…. y también algunas otras cosas que creen que podría necesitar. Pomadas para las quemaduras, pastillas para dormir, algo para calmar el dolor en mi pierna. – Niega con la cabeza y aprieta los labios, como si se preguntara porque me está contando esto.

Cuando acaba se retira y me indica que beba el chocolate de la pajilla, sin apoyar mis manos en nada, antes de tomar asiento en el sofá más lejano al mío.

En algún momento le pregunto que estaba dibujando, recordando el libro de plantas que deje tirado en algún lugar de mi casa.

Estaba tratando de dibujar a uno de sus hermanos, me dice. Estaba tratando de recordar su  rostro.

Asiento, pero no digo nada más, porque no tengo ganas de hablar. Después varios minutos, él vuelve a tomar su cuaderno y continúa con su dibujo, pero no me dice que me vaya. Así que me quedo, disfrutando del calor que llena mi estómago con cada sorbo de mi chocolate y extrañamente cómoda con el silencio que se había formado entre nosotros.


2 comentarios:

  1. Jenith paola Sanchez21 de junio de 2012, 19:12

    aaaaaw ajksghkgasjf  que me gusta este fic,,, pobre Katniss :C sufre tanto, xd Peeta esun divino! pero me meto en el personaje y sufro :C porfa no te demores actualizando Bel :D Te leo.. que será que pasa? será que resulta algo de la compañia y la taza de Chocolate....ojala! tq loca <3

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  2. adoro tus fics me teletransporto a los lugares que describes

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